Anti-government protesters placed black crosses on white chairs, representing victims who died from violence, during a demonstration in Caracas
Hay impunidad cuando el delincuente no recibe ninguna sanción de las establecidas en la ley.

Según los estudios del Observatorio Venezolano de Violencia, en 1998 había más delincuentes presos por asesinato que asesinatos cometidos. Impunidad en negativo. Al año siguiente, primero del gobierno revolucionario, la impunidad salta hasta 19% y comienza una subida que no se detiene. En 2008 está ya en 80% y en 2014 llega a 91%. De repente el inefable ministro del Interior, sin que se le mueva un músculo de la cara y sin aportar prueba de estudio alguno, nos espeta: “Hemos reducido la impunidad en los homicidios; no llega a los dos dígitos los homicidios (la concordancia y la sintaxis son peculiares de estos gobernantes) que quedan sin ser totalmente esclarecidos. No llega a 10%, está entre 8% y 9 % los homicidios que se complican y no llegan a su esclarecimiento total”. Con todo respeto al señor ministro de lo increíble, no se puede dar fe a estas palabras. Quizás, siendo un poco perspicaces, podríamos encontrar la explicación en la frase con la que el mismo funcionario cierra su referencia a la muerte espantosa del famoso diputado señalando que se dará la información del caso al país “como el presidente lo decida”. Ni cuando, ni donde, ni… sino como. Y el presidente ya la dio como él decidió. Así, él habla, no informa, sobre la impunidad como el presidente, o el gobierno, tanto da, decide que se debe hablar. ¿Me equivoco?

Hay impunidad cuando el delincuente no recibe ninguna sanción de las establecidas en la ley. Si se lo sanciona fuera de ley, más bien castigo que sanción, sigue habiendo impunidad para el nuevo delincuente, el que castigó abusando. La impunidad hace que la gente no fíe su seguridad a las autoridades, las instituciones, los organismos policiales, las leyes. Cuando declaraciones como las del ministro ya no son creíbles sino como muestra de evasión, de quien suelta palabras vacías al viento, el ciudadano queda a la intemperie, fuera de todo techo protector. Entonces, se vuelve sobre sí mismo, sobre su propia capacidad personal de autodefensa y actúa en consecuencia. Algunos, si pueden, emigran; otros, compran legal o ilegalmente un arma; muchos reducen su exposición al exterior aislándose así de vecinos, familiares y amigos; casi 50%, según estudio, está dispuesto a matar defendiendo vida y propiedades; otros, forman grupos de vecinos armados para protegerse. La violencia como instrumento necesario para manejar conflictos se convierte, así, en un valor para muchos que jamás pensaron utilizarla. Cunde.

Palabras huecas no dan confianza; sólo hechos y verdades. La verdad es el reto.

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