Ese es el epitafio que quiero para mi tumba, le dije a RocÃo Arias, una maravillosa periodista española, que por aquellos dÃas estaba haciendo un artÃculo ligero y divertido sobre qué escrito deseaban algunas celebridades que figurara en su lápida.
El mÃo, para sorpresa de ella, lo tenÃa tan claro como jamás habÃa tenido algo claro en la vida. Ella ignoraba que la llamada la estaba recibiendo en mi cama, donde habÃa quedado tirado y sin ganas de vivir, durante las dos ultimas semanas luego de recibir una llamada de GarcÃa Márquez desde Cuba y, con mucha razón, me propinó un regañó magistral que me dejó agonizando como escritor.
Era el final de un sueño que se habÃa iniciado años atrás, en 1993, cuando yo me encontraba escribiendo Café con aroma de mujer. Estaba en mi oficina del canal, colgado como siempre en la entrega de los guiones, cuando una asistente me dijo que Gabriel GarcÃa Márquez estaba al teléfono y querÃa hablar conmigo.
Yo me quedé petrificado. ConocÃa perfectamente su obra, como la de ningún otro escritor, y más que un lector asiduo suyo era un devoto incondicional. Lo habÃa leÃdo desde la niñez cuando muchos de sus libros eran textos forzados en los colegios, pero sus obras no me generaban ningún esfuerzo sino una enorme pasión, y lo seguà leyendo por cuenta propia sin saber que serÃa de una gran influencia en mi vida de escritor, en lo que me convertà años después.
Antes de los 18 años habÃa devorado todos sus libros y Cien años de soledad fue mi mayor revelación, el que me dejó con las ganas definitivas de ser escritor.
Luego, cuando me inicié como periodista a los 20 años en este periódico*, GarcÃa Márquez siguió dándole luces a mi vida. Su obra periodÃstica era monumental, un camino a seguir, una mezcla deliciosa de realidad y literatura, y esa fue la alquimia que desde entonces empecé a buscar en mi trabajo.
Fui defensor abierto y aguerrido de su obra entre mis amigos intelectuales del momento, un gabista apasionado, y más en las épocas en que a este paÃs, especialmente después del Nobel de Literatura, le dio por demoler la imagen del colombiano más importante en toda su historia.
SÃ, GarcÃa Márquez era y es y será mi escritor predilecto y el árbol de donde me he nutrido, y no me importa que sea un lugar común decir que soy gabista y que sea una coincidencia que ambos seamos colombianos, y que yo haya tenido la suerte de haber nacido en su tiempo y prácticamente en su espacio.
Sin embargo, hasta ese momento jamás habÃa hablado con él, ni habÃa tenido la suerte de cruzármelo en algún momento de la vida, tal como lo desee y lo soñé tantas veces.
Por aquellos dÃas estaba la moda de algunos imitadores de la radio de hacer llamadas haciéndose pasar por gente famosa y yo podÃa ser una de esas victimas favoritas debido al éxito de la telenovela.
Asà que pasé al teléfono y lo escuché saludarme, y felicitarme por mi trabajo. Y a pesar de que era la misma voz que yo habÃa escuchado desde las épocas del colegio cuando en clase de literatura nos ponÃan las grabaciones de los escritores narrando con sus voces sus propios relatos, yo le contesté con una enorme prevención y con una frialdad tan ofensiva que se molestó y tuve que pedirle disculpas y confesarle que tenÃa el temor de que no fuera él.
“Ese Garzón me tiene jodido. Anota el teléfono de mi casa y llámameâ€. Se referÃa a Jaime Garzón, que lo imitaba perfectamente y ya le habÃa hecho varias travesuras.
A los dos dÃas de esa llamada, llegué a su apartamento de Bogotá. QuerÃa que nos tomáramos un café y que le contara cómo era eso de ser escritor de telenovela.
Para nadie era un secreto que GarcÃa Márquez, a pesar de pertenecer al Olimpo de los dioses de la literatura de todos los tiempos, sentÃa una enorme atracción por la cultura popular.
Siempre fue claro en advertir que su obra nació allà cuando admitÃa que sus relatos provenÃan de las narraciones que escuchaba en su casa y en su pueblo, y de ahà su veneración por el vallenato, por Escalona y Leandro DÃaz.
También por aquella época estaba empecinado en escribir boleros y habÃa hablado con Armando Manzanero y con Rubén Blades para que lo socorrieran en su anhelo.
Y por supuesto, la telenovela hacÃa parte de esa cultura popular que lo obsesionaba por entonces. Ya habÃa tenido algunas experiencias con la televisión colombiana.
En 1975, y con su bendición, Bernardo Romero hizo una adaptación en seis episodios de La mala hora, para RTI. En 1982, RTI hizo Tiempo de morir, un especial de dos horas con guion de cine suyo y dirigida por Jorge Alà Triana. A GarcÃa Márquez le gustó tanto esta producción que volvieron a rodarla, en 1985, esta vez para cine, con el mismo elenco de la versión televisiva.
En 1991, Audiovisuales produjo Crónicas de una generación trágica, un proyecto diseñado por GarcÃa Márquez, y que consistÃa en un conjunto de seis episodios independientes, que narraban la historia previa a la Independencia de Colombia, en el siglo XIX, y que se iniciaba con la insurrección de los Comuneros hasta la aparición del pacificador Murillo. Una gran producción. Sin embargo, era más un proyecto cinematográfico que televisivo.
En 1991 finalmente se puso el overol de libretista de televisión y adaptó MarÃa, de Jorge Isaacs, para RCN, en diez episodios. La serie tuvo algunos cuestionamientos pues algunos decÃan que era más una obra literaria que televisiva: por un lado se apoyó en una voz en off que narraba en ocasiones las escenas que se veÃan en la pantalla, y era como escuchar la MarÃa de Jorge Isaacs pero escrita por GarcÃa Márquez.
Y por otro lado, usó la técnica estructural del flash back cuando la novela original es un relato lineal. De cualquier manera, la MarÃa de GarcÃa Márquez está considerada como una de las más grandes y bellas producciones de la televisión colombiana y sus libretos tienen esa enorme facultad de ser guiones de televisión pero también una gran obra literaria.
De todas estas experiencias suyas hablamos aquella tarde.Sin embargo, toda su experiencia estaba en formatos cortos, de pocos capÃtulos. Cuando me preguntó cuántas páginas habÃa que escribir para una telenovela y le dije que alrededor de cinco mil, soltó una estruendosa carcajada.
“Con todos los años que llevo escribiendo jamás llegaré a cinco mil páginasâ€, me dijo divertido y abrumado por el número, y yo tuve que responderle: “Maestro, es que usted es un escritor, yo soy un escribidorâ€.
Tuve que explicarle algo que él ya intuÃa, pero que era importante dejar en claro: cinco mil páginas en guion jamás se pueden comparar con cinco mil páginas literarias, y menos páginas como las suyas.
El guión de televisión, por lo general, no se escribe de lado a lado de la página, hay que dejar un espacio para las acotaciones de producción; el diálogo ocupa un gran espacio y no la prosa, y sobre todo está escrito a una velocidad vertiginosa, con un productor apuntándole a uno con un revólver en la cabeza; el escritor se mantiene encerrado 24 horas angustiosas, y no existe la posibilidad de que se bloquée, ni que padezca el famoso mal de la página en blanco; y si se le muere a uno la madre durante la escritura, no hay forma de llorarla ni de asistir a su funeral. “Una telenovela es un carcelazo de dos años bien pagosâ€, le dije.
No habÃa forma de comparar la vida de un escritor de televisión con la de un literato. En esa época, las telenovelas se escribÃan mientras se producÃan y se emitÃan. Los guionistas se levantaban tras una noche de pesadilla a mirar el comportamiento de las audiencias y escribir el capÃtulo del dÃa tomándole el pulso al espectador para satisfacerlo, y el tiempo era una ruleta rusa.
Durante el ejercicio de la escritura, el literato es un esclavo de su obra y de un libro que aún no ha dado a luz; el escritor de televisión es esclavo de su obra y de un público que lo espera ansioso todas las noches.
A pesar de mi insistencia en plantearle la diferencia entre literatura y guion, y decirle que la telenovela es una hija bastarda de la literatura, y que para mà la literatura era el género mayor y del respeto que me merecÃa, él querÃa rescatar algo de la telenovela que lo impactaba.
SabÃa que Café con aroma de mujer movilizaba frenéticamente al público en Colombia y en muchas partes donde se emitÃa, que la gente se encerraba en sus casas a verla, que el tráfico disminuÃa, que los cines se quedaban vacÃos, los restaurantes sin comensales y que los aeropuertos sufrÃan retrasos en sus vuelos pues los viajeros se quedaban viendo la telenovela en las salas y no abordaban hasta no terminar el capÃtulo.
Le expliqué que eso no era una virtud exclusiva de mi historia, sino de muchas telenovelas. En la Unión Soviética, le conté, emitÃan Los ricos también lloran de 7 a 8 de la noche, y generó un problema monumental pues la gente llegaba a las 6.30 p.m. a preparar la comida, lo que generaba una sobrecarga en las centrales termoeléctricas en todo el paÃs; luego veÃan la novela mientras cenaban, y las 8 lavaban los platos, lo que a su vez generaba atascamientos en los desagües de las ciudades.
En ese punto dijo: “Bueno, que un paÃs se paralice por un desastre natural, o por un golpe de Estado, o un estado de sitio, es una cosa, pero que eso lo genere una historia, es un puesto de honor que le corresponde a la literaturaâ€.
Nuestro siguiente encuentro fue convocado por el director Sergio Cabrera. GarcÃa Márquez querÃa llevar al cine uno de sus cuentos: La siesta del martes. La historia de una madre y su hija que van a visitar en un pueblo lejano la tumba de su hijo y hermano, que habÃa sido boxeador, y que terminó robando para mantener a su familia.
GarcÃa Márquez querÃa que yo lo convirtiera en un guion de cine. Por supuesto conocÃa el cuento de cuatro páginas y lo amaba, pero nunca me cupo en la cabeza cómo convertirlo en un guion de 90 minutos. HabÃa que alargar el relato, y confieso que me dio terror.
Eso era como si un pintor tomase el Guernica de Picasso y le pintara más cosas a su alrededor. Y a pesar de que estaba autorizado para cometer el sacrilegio, preferà confesarle que no me atrevÃa a tocar su obra y le dije que pensaba con todo respeto que habÃan cosas que le pertenecÃan exclusivamente a la literatura y que eran sagradas. Y me quedé con la frustración, pues siempre quise adaptar obras suyas, incluso, confieso ya sin pudor, Cien años de soledad.
No supe si mi decisión lo habÃa molestado, pero años más tarde me llamó a invitarme a participar en un taller suyo en San Antonio de los Baños, en Cuba, una facultad de cine y medios audiovisuales creada por él y el gobierno cubano.
Para horror mÃo, no tenÃa tiempo. Le expliqué, “la maldita vida del guionista de televisión. No puedo abandonar mi puesto de combateâ€.
Pero le di la solución de inmediato. Le hablé de una gran escritora, de Mónica Agudelo, que venÃa de hacer Sangre de lobos y La madre, con Bernardo Romero y tenÃa tiempo para asistir.
GarcÃa Márquez no conocÃa su trabajo, y tuve que poner sin duda las manos en el fuego por ella: “Mónica es mil veces mejor que yoâ€. Los puse en contacto y GarcÃa Márquez le puso una prueba sencilla y contundente para medirle sus niveles. “Cuéntame un chiste cortoâ€, le dijo, y la tomó por sorpresa.
Mónica no tenÃa memoria para los chistes y menos de uno que hiciera reÃr a un Nobel de literatura. Sin embargo, en medio de la angustia, rescató uno de la memoria que lo hizo reÃr y se la llevó para Cuba sin pensarlo más.
Desde entonces, Mónica fue su guionista colombiana predilecta. La querÃa, y Mónica empezó a tocar el cielo con las manos cuando a GarcÃa Márquez le encantó una historia de ella que especulaba sobre la presencia de Hitler en Popayán, después de terminada la Segunda Guerra Mundial.
Mónica empezó a trabajar en el guion sacándole el tiempo a su trabajo en televisión, que era su sustento de vida.
Al año siguiente, volvió a invitarme a San Antonio y tampoco pude. Volvió a llevarse a Mónica esta vez con otro libretista colombiano, Mauricio Miranda. Pero le juré por mi vida que irÃa al año siguiente.
La suerte no estaba de mi lado, y cuando me llegó de nuevo la invitación a través de un correo electrónico, tuve que desistir pues me encontraba en una batalla campal en la escritura de Guajira, otra telenovela mÃa.
No sé que diablos pasó con la excusa que envié, lo cierto es que pocos dÃas después estaba en mi oficina, y me dijeron que Gabriel GarcÃa Márquez estaba al teléfono. Yo pasé de inmediato pero esta vez no era la voz amable de la primera vez.
Era un Nobel disgustado porque lo habÃa dejado plantado en San Antonio de los Baños. Yo le expliqué que habÃa enviado un correo excusándome, y que no entendÃa qué habÃa ocurrido. Lo cierto es que la excusa jamás llegó a sus manos ni a la de nadie de la Escuela, pero eso no me salvó del regaño.
No voy a trascribirlo aquà literalmente por varias razones. La primera porque entré en pánico, y la otra porque cometerÃa un sacrilegio y serÃa una irresponsabilidad de mi parte al tratar de escribir su prosa: lo que si recuerdo perfectamente es que era un regaño magistral, de unos 20 minutos, de frases impecables y contundentes.
En pocas palabras, me dijo que la televisión era un gran medio pero que ni yo, ni Mónica, ni los libretistas en general, podÃamos quedarnos toda la vida en ella, que tenÃamos que lograr otros niveles, pero que nuestro apego y devoción por la televisión nos iba dejar sumergidos en esa maldición de la que tantas veces le hablé y que ahora se habÃa convertido en mi mayor justificación de vida como artista, que ya eran demasiadas las concesiones que le hacÃa, y que era lamentable mi actitud. Yo solo pude decirle un “lo siento maestro†antes de que me colgara.
En ese momento, sufrà mi primera muerte en vida. Mi aspecto de cadáver llamó la atención de todos los que estaban allÃ, y me preguntaron qué habÃa pasado con el gran maestro: “GarcÃa Márquez acaba de insultarmeâ€.
Por supuesto no pude volver a escribir. ¿Qué escritor puede crear una frase después de que un Nobel lo regaña? Y más cuando se trata de su escritor del alma. Literalmente caà en cama, las frases brillantes contra mà no se me iban de la cabeza, y si dormà no hice más que soñar con él y su regaño.
Como dejé de escribir, se corrió el rumor entre los escritores. “Gaitán está en cama, GarcÃa Márquez lo insultóâ€. Y se inició una procesión en mi casa como si visitaran a un moribundo y todos creÃan tener la medicina para volverme a la vida, a pesar de que todos sabÃan que era irremediablemente mortal lo que me estaba pasando.
“Llámalo, mándale una carta, envÃale un mensaje con alguienâ€. Pero yo no tenÃa nada qué decirle. Todo lo que me habÃa dicho era irrefutable. Era mejor que me dejaran morir ahÃ. No tenÃa alma ni cara para seguir adelante como escritor.
Mónica Agudelo, que podÃa ser el medio para llevarle algún mensaje de piedad, también estaba en la lista de los sindicados porque no habÃa podido terminar el guion que prometió, por lo mismo, por la bendita televisión, y tenÃa una angustia descomunal, pues GarcÃa Márquez la habÃa citado en diferentes partes del mundo para hablar de su historia, que podÃa ser producida por Robert Redford, según le dijo el maestro.
Incluso, en una de esas citas, Mónica Agudelo llegó a un apartamento de GarcÃa Márquez en algún punto de Europa (que ahora no recuerdo exactamente y Mónica ya no está en este mundo para verificarlo) y escuchó una voz poderosa que cantaba desde la cocina y luego descubrió que era Francis Ford Coppola que estaba cocinando. GarcÃa Márquez le contó con entusiasmo la historia de Hitler en Popayán y le dijo que Mónica pronto tendrÃa el guion.
Asà que Mónica estaba metida en el mismo infierno mÃo, pero no la habÃan regañado como a mÃ. Me dijo que no me angustiara tanto que estaba segura que por este desplante, GarcÃa Márquez no iba a hablar contra mà ni acabarme como escritor.
Yo también estaba seguro de eso. Pero era algo de dignidad, y sabÃa que la soga me la estaba colgando yo solo. Pasé muchas noches y dÃas, tumbado en la cama, con la voz de mi maestro recriminándome y no encontraba la salida.
DÃas más tarde, la encontré, y llamé a Mónica a consultársela. Como ella lo conocÃa mejor que yo, le pregunté si sabÃa a cuanta gente GarcÃa Márquez habÃa insultado. Ella me dijo que a muy pocos, que ambos sabÃamos que era un hombre superior a las contrariedades de la vida, asà que le dije que entonces yo era uno de esos pocos privilegiados.
Y eso empezó a animarme. Pocos mortales en este planeta tenÃan el privilegio de ser regañados por él, pocos le habÃan generado la iniciativa de tomar un teléfono desde Cuba y dedicarle 20 minutos para regañarlo con muy buena literatura. Y yo era uno de esos honrados, y tenÃa que convertir ese infierno en una bendición.
Asà que, cuando me llamó RocÃo Arias a preguntarme mi epitafio, estaba claro que en mi tumba debe decir lo que hasta ese momento, y aún todavÃa, ha sido mi mayor logro: “A mà me insultó GarcÃa Márquezâ€.
Sin embargo, Mónica y todos mis amigos escritores, sabÃan que era un paño de agua tibia para poder seguir adelante con mi vida, que el suceso me seguÃa carcomiendo como una enfermedad letal. Alguna vez me encontré con un colombiano que estaba metido en la parte académica en la Escuela de San Antonio, y me preguntó si jamás iba a dictar un curso allá. Le dije que por supuesto, que tenÃa una deuda grande, y que no podÃa morirme sin saldarla.
Contra viento y marea, pues ya estaba empezando a diseñar Betty, la fea, viajé a Cuba, pero él no estaba allÃ, sino en México. Igual, cumplà mi promesa, con la ilusión de que mi maestro supiera que a pesar de nuestro desencuentro, yo habÃa cumplido.
Nunca supe si se lo dijeron o no en Cuba, lo cierto es que Mónica, a riesgo de ser regañada pues seguÃa sin culminar el guión, le contó que yo habÃa cumplido la penitencia, le habló de mi epitafio y le suplicó piedad por mi.
Años después, fui invitado a la primera versión del Hay Festival en Cartagena, y GarcÃa Márquez era el anfitrión. En la tarde de la inauguración, estaba parado frente a la puerta de entrada de la Casa de Huéspedes Ilustres, y para mi, mientras hacia la fila, era como estar a las puertas del cielo, la hora de la verdad después de tantos años de agonÃa, y GarcÃa Márquez era quien podÃa impedÃrmela.
Cuando estuve frente a él, me miró y me reconoció. Y le dije, “sÃ, maestro, soy yo, el maldito libretista de televisiónâ€. SonrÃo y solo me dijo: “Ni te atrevas a dejarme crucificado en tu lápidaâ€. Me dio una palmada suave de absolución en la espalda, y finalmente pude ingresar al cielo.
* El Tiempo, de Colombia.
CortesÃa de http://www.eltiempo.com/cultura/libros/a-mi-me-insulto-garcia-marquez_13859059-4