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La memoria es infiel a la verdad, lo sabemos, pero es muy leal con las emociones. Quien recuerda y recrea a partir de sus afectos no tiene que restringirse a lo verificable. Más bien amplía su visión, más allá de la realidad, hacia los territorios del pasado que vuelven por cualquier excusa. Así siento a los personajes de Ciudades que ya no existen, el libro de relatos de Fedosy Santaella (Puerto Cabello, 1970) que fue editado en 2010 por la Fundación para la Cultura Urbana y que ha tenido un segundo aire desde el año pasado gracias a Ediciones B. Son veintidós cuentos habitados por seres que viven situaciones al borde de lo insólito, entremezclados y reactivos como si fuesen los protagonistas de una novela con capítulos sin orden. Estampas que surgen desde el pasado y exigen su presencia textual. Una misión cumplida que salda una deuda.

Sus historias se manifiestan como una forma de comprender y aprehender las experiencias de la adolescencia y del tránsito a la edad adulta. Este amplio espacio temático —que no es nuevo en la literatura, desde luego— se halla aquí matizado por una muy precisa nostalgia de lugares y aventuras, de bares y lupanares, de calles y vecinos, que pertenecen primero a Puerto Cabello y luego a Caracas para perderse en cualquier lugar. Las aventuras de un hombre que recuerda y cuenta se convierten en los testimonios de ficción de su viaje personal, hacia adentro y hacia afuera. A veces parecen crónicas, pero son cuentos. Invenciones germinadas en las vivencias provincianas y maduradas en los hallazgos urbanos. Sitios, locales, calles, números dejan de ser datos reales para aliñar la memoria, la añoranza, la conciencia de lo ido. Allí, en ese amasijo de situaciones y personajes, reside el encanto de historias muy personales que alzan la voz para ser escuchadas.

Santaella se vale del humorismo, la sexualidad, los amores perdidos, el desparpajo y las rivalidades masculinas para construir este fresco que se descorre desde sus primeras páginas y avanza de una manera no lineal, como un viaje de ida y vuelta, de nuevo hacia los muelles de la ciudad recordada. A veces los relatos se exponen en tercera persona del presente, en otros casos adquieren la voz de la primera persona en pasado, pero siempre se encuentra en sus páginas el tono de lo verosímil y personal, fundamentando en la perspectiva de lo autobiográfico. El autor no pretende ocultar esa condición. La maneja con un tono que roza lo confesional. Se despoja de ropajes morales para echar sus cuentos de amores y putas, de peleas y envidias, de hallazgos y despedidas.

Ciudades que ya no existenAunque no están ubicadas en una fecha precisa, es posible percibir que esas aventuras transcurren entre los ochenta y los noventa del siglo pasado, en el camino que conduce de la adolescencia en el puerto carabobeño a la juventud universitaria en Caracas. Surgen nuevos personajes que se mezclan con los primeros, de la misma forma como insospechadas tramas se yuxtaponen con las ya narradas. Es la mirada del autor la que impone el orden y permite seguir una secuencia. En Ciudades que ya no existen se hallan cuentos juveniles fraguados desde la madurez de un creador de cuarenta años, con muy amplia experiencia en el texto breve, que ha transitado también por la novela y los libros para niños  y que sigue viajando en su propia ruta.

CIUDADES QUE YA NO EXISTEN, de Fedosy Santaella. Ediciones B Venezuela, Caracas, 2012.

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