Día naranja 4
La fantasía y la realidad ante la maternidad no planeada

Tres mujeres, tres edades, tres ciudades, una misma inquietud: la sospecha de un embarazo. En Caracas, la infantil Patricia saca a pasear su duda vestida de hada mágica y no se atreve a hacerse la prueba. En Bogotá, Sol se debate entre dos hombres y dos destinos sin saber cómo resolver su incertidumbre sobre la maternidad. En Buenos Aires, Ana se enfrenta a su capacidad de mujer emprendedora en un mundo machista, con el peso de una preñez al acecho. Cada una se encuentra en una etapa de su vida que exige definiciones. Contarle a la familia lo que pasa, interrumpir un viaje de estudios o abandonar una carrera profesional son sus horizontes.  Este trío de personajes femeninos enfrenta cada situación de manera distinta en Día naranja, primer largometraje de la venezolana Alejandra Szeplaki que propone una temática universal que si bien ha sido recurrente en la producción latinoamericana esta vez se expone bajo un tratamiento no usual en el cine nacional. El resultado es interesante pero desigual.

El cine de Szeplaki es esencialmente femenino, pero no lo es porque quien dirige sea una mujer sino porque esa cineasta ha elegido filmar sobre un tema universal desde distintas perspectivas, en sus cortos de ficción y sus documentales. Es una opción personal como creadora. Creo que el único de sus filmes donde un hombre es el protagonista es Leo Matiz en Caracas (2004), sobre la vida del fotógrafo cubano en nuestra ciudad. De resto, se trata de mujeres en distintas situaciones de conflicto o de participación, incluido el aborto en Ella (1997), su primer corto. Lo cierto es que existe coherencia en su filmografía y su debut en el campo del largometraje así lo confirma. No obstante, Día naranja se deslinda de su obra previa en el tono de su narración, más cercana a la comedia romántica que al drama bergmaniano que ha teñido hasta ahora su trayectoria, caracterizada por el uso de los diálogos casi inexistentes y por el manejo de una narrativa limpia y eficiente que había desdeñado los efectos especiales. Su primer largo, en cambio, abre una vertiente más abierta y desinhibida, con gran despliegue de recursos visuales y sonoros, que revela las angustias de esas tres mujeres acechadas por la maternidad.

Son tres relatos que corren paralelos en estas tres urbes. El que adquiere un tono más dramático y se expresa con mejor desarrollo es el de Ana (muy bien interpretda por Bernarda Pagés), la bonaerense de 35 años que ha labrado una carrera empresarial que no pretende interrumpir por un embarazo. Su actitud no es sentimental ni folletinesca, pero la posibilidad de tener un hijo la llena de dudas, especialmente en un mundo machista —su padre, su familia, los hombres que la cortejan— que confina sus desempeños como ser humano en el terreno de la buena madre. Bien concebida, bien actuada y bien resuelta. En cambio, la historia más débil es la de Patricia (con el suave rostro de Carolina Riveros), la caraqueña de 20 años que aún no ha escapado de la infancia y vive un mundo de sueños sin saber cómo responder inmediatamente, tanto a sus expectativas como madre como a la relación con su novio. Es un personaje más fantástico que exigía un desarrollo más denso para superar los límites del esbozo de una chica con los pies en el cielo. Entre ambas se ubica Sol (la bella Martina García),  la bogotana de 28 años que tiene definido lo que quiere en la vida, más allá de sus dilemas afectivos, y experimenta la desazón de la maternidad como un obstáculo. Es tal vez la historia más fría o más distante, pero asumida de una manera más completa. Por eso el desarrollo del guión global no genera una percepción compacta, homogénea e integradora.

¿Qué une a estas mujeres que no se conocen? Desde un punto de vista interno: el miedo a dar un paso en una dirección u otra.  Y desde la perspectiva del tratamiento externo: la creación de un universo estético que debe más a lo fantástico que al realismo. Son dos factores que a veces armonizan y en otros momentos se desarticulan. Me explico: Ana, Patricia y Sol viven una situación de incertidumbre que las desubica con respeto a sus cotidianidades. Las tres se enfrentan a sus respectivas crisis personales. Cada una vive un drama sustantivo, nada retórico. Es la posibilidad de engendrar una nueva vida, que no en balde es la diferencia más notable entre un hombre y una mujer. La feminidad más pura e inalienable. Esa médula dramática se pone de manifiesto, para bien o para mal, por la vía de los deslumbrantes recursos de la animación y del video clip. En determinados momentos se revela como un recurso muy apropiado, pero en otros instantes no guarda relación expresiva con la historia. Esta “puesta en pantalla” se aprecia innovadora. Ciertamente, en el plano de la producción es lo que más seduce (imposible dudarlo) por la calidad de ejecución, pero en el campo de la realización revela cierto desequlibrio.

Alejandra Szeplaki no había hecho una película así. Creo que conozco bastante su trabajo —me gusta tanto en la ficción como en el documental— y realmente Día naranja me sorprendió. Su visión globalizadora se conjuga en la articulación de tres historias cortas y paralelas. De una manera muy aguda ejecutó tres cortometrajes que podrían funcionar de manera independiente —ellas no se conocen entre sí ni pueden influir en las historias de las otras— vinculados con un desarrollo de animación que puede acentuar el dramatismo de una situación o más bien banalizarlo, pero es evidente que se convirte en un recurso para relacionar sus historias más allá de una maternidad no buscada. De paso, esa clase de maternidad constituye una de los situaciones más comunes y dramáticas de las mujeres jóvenes en América Latina.

Los valores de producción de Día naranja son altos, no sólo en lo referido a la fotografía de Cezary Jaworski o a la postproducción y efectos de Ignacio Gorfinkiel. sino a la dirección de arte diseñada por Vera Español y realizada por ella en Buenos Aires y Bogotá con el trabajo de Matías Tika en Caracas. También en el vestuario de Anda Andra, Lena Flores y María Gabriela Rincones, en el diseño de la banda sonora de Franlin Hernández y en la selección de temas musicales. Hay un esfuerzo notable de producción en tres capitales suramericanas bajo el mando global de Daniel Jerozolimski. Imagino que no habrá sido fácil esta labor de coordinación y ejecución con tres equipos de producción. Día naranja abre una propuesta en el marco del cine venezolano y latinoamericano.

DÍA NARANJA, Argentina y Colombia y Venezuela, 2009. Dirección: Alejandra Szeplaki. Guión: Alejandra Szeplaki y Leticia Castro. Producción: Daniel Jerozolimski. Producción ejecutiva: Hugo Castro Fau en Argentina, Daniel Jerozolimski en Venezuela y Alessandro Angulo en Colombia. Dirección de fotografía: Cezary Jaworski. Diseño de dirección de arte: Vera Español. Realización de arte: Matías Tikas en Venezuela, Vera Español en Argentina y Colombia. Vestuario: Anda Andra (Argentina), María Gabriela Rincones y Lena Flores (Colombia). María Gabriela Rincones (Venezuela). Maquillaje: María Gabriela Rincones (Colombia), Karina Camporino (Argentina), Gloria Lukavechi (Venezuela). Diseño de banda sonora: Franklin Hernández. Música original: Camilo Froideval: Banda sonora: Aterciopelados, Hana, Los Andes Electrónicos, Ciro Cavalotti. Post producción y efectos: Ignacio Gorfinkiel. Montaje: Alberto Ponce y Sergio Marcano. Elenco: Carolina Riveros, Bernarda Pagés, Martina García, Andrés Suarez. Juan Pablo Raba, Martín Borisenko, Reinaldo Zavarce, Carolina Torres, Gabriela Lerner, Jimena De la Torre, Juan Pablo Shuk, Marisa Román, Michelle Manterola. Distribución: Cines Unidos.

 

Alejandra Szeplaki no había hecho una película así. Creo que conozco bastante su trabajo, que me gusta mucho tanto en la ficción como en el documental, y realmente Día naranja me sorprendió. Su visión globalizadora se conjuga en la articulación de tres historias cortas y paralelas. De una manera muy aguda ejecutó tres cortometrajes que podrían funcionar de manera independiente —ellas no se conocen entre sí ni pueden influir en las historias de las otras— vinculados con un desarrollo de animación que puede acentuar el dramatismo de una situación o más bien banalizarlo, pero es evidnete que se convirte en un recurso para relacionar sus historias más allá de una maternidad no buscada. De paso, una de los situaciones más comunes y dramáticas de las mujeres jóvenes en América Latina.

About The Author

Deja una respuesta