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De naturaleza, soy un hombre pacífico, un hombre de la cultura y no de las armas.

Se afirma que todo lo que contempla un poeta se vuelve sagrado. Si en verdad es lúcido y sincero, lo sagrado es lo que él busca en el fondo de todas las cosas. Lo sagrado, es decir, la presencia implícita e invisible de lo divino. ¡No lo digo yo, lo dicen los expertos!

Sin petulancia, yo veo sagrado a mi país y me devora el alma la caída hacia el abismo en que se encuentra bajo la dictadura militar de Nicolás Maduro quien no ve al país de la misma manera como yo lo observo porque otro hubiese sido su comportamiento hacia nosotros; quiero decir, ya hubiese aceptado su fracaso como mandatario, la trágica equivocación de sus concepciones políticas y económicas; el fracaso de una ideología ñángara que jamás ha tenido en cuenta el corazón humano, nuestros sentimientos y nuestras lágrimas. Armando Durán dice que Maduro carece de flexibilidad dialéctica. Si yo fuese mandatario y me dicen algo así me preocuparía muchísimo.

Perdona la confianza Nicolás, pero exceptuando al doctor Caldera, los venezolanos nos tuteamos y a Dios le decimos tú. Fue tanta la confianza con Chávez que una pancarta decía: “¡Hugo, Huguito, aprieta ese culito!”. Pero no puedo llamarte presidente porque temo que no alcances la majestad de serlo.

¡Tu medida es el fracaso, Nicolás! Tienes no solo que entenderlo sino aceptarlo. Sé que no lees este periódico, pero alguien leerá por ti estas líneas personales que ahora escribo. El país ha dejado de ser sagrado; se oscurece cada vez más, se apaga. No sonríe sino que llora y gime. ¡Está enfermo! ¡Muere en tus manos! Podrías socorrerlo y abrir las puertas a la ayuda humanitaria, a las medicinas de Caritas, al mundo que nos mira despavorido. Liberar a los presos políticos, abandonar las torturas. Impedir que el ejército haga matanzas en Barlovento. Podrías lograr que Padrino vuelva a su cuartel y si desea hacer política que se quite el uniforme, cuelgue las armas y se vista de civil. Pero, ¡ven acá, Nicolás! Antes de irte tendrás que eliminar para siempre a la Guardia Nacional que es un organismo represivo y criminal. Tendrás que aceptar que los sobrinos son culpables y no un invento de Obama para molestarte. ¡No nos dejes colgados! Tienes que explicar por qué usaron la rampa cuatro que te pertenece por presidente y aclarar en Cancillería quién les dio pasaporte diplomático a esos muchachos. O quién va a pagar la droga decomisada. ¡Déjate de vainas! ¡No sigas mintiéndonos y engañándote a ti mismo! ¡No te compliques! Te lo he dicho otras veces: ¡acepta tu barranco! No es solo tuyo. También es de Chávez: el verdadero artífice del desastre. ¡Es humano fracasar! Más adelante te levantarás y la historia tal vez, aunque lo dudo, te absolverá y yo volveré a ver a mi país recuperado tratando de curar las heridas que le causó tu paso por esta tierra de gracia. Y, por favor, deja la inquina con El Nacional y con la Polar. ¡Ya está bueno!

Confieso que, agobiado por la tristeza y el hambre que nos erosiona, duermo mal. Y pienso que tampoco tú puedes dormir con la conciencia tranquila, a menos que por no tener ninguna duermas como un bendito. ¡Yo no puedo! Tengo que buscar aquí y allá las medicinas que mi cardiólogo me obliga a tomar de por vida. Son muy caras y no se consiguen. Me las compran en Madrid y mi hijo Boris me las hace llegar. Antes comía lomito, pero ahora tengo que madrugar para bachaquear algo de yuca y ocumo. No me alcanza mi jubilación y los aguinaldos se esfuman en el mercado y doy gracias a la Providencia que, al menos, puedo subsistir. Tú tienes más suerte y mucho más dinero que yo. ¡Aprovéchalo! ¡Échale el muerto a Aristóbulo que a él le gusta pantallear y busca dónde vivir! Es seguro que no será en Francia, España o Miami, porque allí no te quieren, pero trata en Nicaragua o en Bolivia, quizás en Rusia, pero no en Cuba. Se me hace que tampoco allí seas bienvenido si es que en verdad avanzan los contacto amistosos de Raúl con Washington ahora que Fidel no está y antes de que ese espanto llamado Donald Trump eche la partida pa’trás.

Me has insultado todo el tiempo llamándome fascista, hombre de derecha, traidor a la patria, títere del imperialismo y, sin embargo, Nicolás te estimo, me preocupo, quiero lo mejor para ti y no es que yo tenga alma de Mandela, sino que quisiera ofrecerte una salida honorable, un descanso, un futuro confortable. Así podrás vivir tranquilo, sin sobresaltos, sin tener que mentir como acostumbras hacer; rezando por los sobrinos pero sin tener que insultar a los demás, sin hacer trampas escudándote en el Tribunal Supremo, la Sala Constitucional y en las brujas del Consejo Electoral.

Quiero que mi país vuelva a ser el de antes, es decir, el que acostumbraba comer completo sin tener que hacer colas indignas en los abastos; el que miraba a los ojos de los demás y no a las bolsas de comida. Que vuelvan los aires de la república democrática en la que nacieron mis nietas antes de que Chávez apareciera en el paisaje para destrozarlo con su vulgaridad y ocurrencias.

De naturaleza, soy un hombre pacífico, un hombre de la cultura y no de las armas, del reglamento y del uniforme, pero por momentos quisiera tener un fusil y caerle a tiros a alguno de tus enchufados o de tus patriotas cooperantes que me sacan la piedra. ¡Pero me contengo! Además, no sabría dónde encontrar un arma y a alguien que me enseñe a disparar. La única arma de que dispongo es la escritura, mi conciencia que unida a la de muchos otros constituye un arma poderosa y tú lo sabes y le temes. Tienes las de los cuarteles que todavía te son fieles. Pero creo que las mías son más eficaces, erosionan, provienen de muchos países y terminan haciendo peso. Es que la conciencia que me anima y me da fuerzas no es solo mía. Pertenece al mundo que nos ve y sufre igual que nosotros al vernos sufrir. ¡Esa es mi fortaleza! Además, mi rebeldía es sagrada y en el fondo de todas las cosas lo que busco es esa sacralidad. La vida que hay en ti es sagrada, Nicolás, lo que pasa es que no lo sabes. ¡Si lo supieras no serías tan déspota!

(*) Carta publicada originalmente en el suplemento ‘Papel literario’, de El Nacional, de Caracas, el 4 de diciembre de 2016.

 

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