Carmelo Niño Paisajes del silencio
Silencios que son los únicos compañeros de un bullicio inexistente en una pintura de mudeces y mutismos.

La pintura de Carmelo Niño es la expresión de indiscutibles paisajes de silencios. Silencios Impuestos y reiterados que anulan toda posibilidad de encuentros y toda tentativa de comunicación. El artista, a conciencia, instaura un silencio total que no proviene de la ausencia del habla sino de la vigencia plena de la mudez. Es un mutis primigenio, originario, genético, que jamás conoció la palabra, los malabarismos del lenguaje o los avatares del sonido. Mudez majestuosa que se traduce en una exclusión, una ausencia, en una lejanía vital, una negación de los gritos del ser y… en un inevitable desencuentro.

Incomunicación reiterada que Niño promueve mediante elementos diversos y recursos variados: en forma de personajes impertérritos y ensimismados, de atmósferas transparentes e irreales, de absurdos cotidianos, de animales deificados y sobredimensionados, de simbologías inútiles que generan cavilaciones ineficientes y descabelladas. Incomunicación promovida por el silencio y la distancia que se traduce en la negación del otro, del espectador, de vidente, del que está frente a la pintura porque todo el acento está dentro y casi nada fuera, debido a que el artista preconiza, con su propuesta, las autarquías vitales y los ostracismos existenciales.

Incomunicación que se traduce en un exilio de las cotidianidades, en un viaje permanente a las comarcas del sueño, en una lectura de los mensajes interiores, en un retorno a la fuente de la sabiduría y de las inspiraciones, donde nada perturba a nadie, ni ninguno osa quebrantar la calma del crepúsculo anunciador o a de la aurora explicativa. Incomunicación constitutiva que es incapaz de promover miradas esclarecedoras, gestos de entendimiento, ni mucho menos el recurso vivificador del otro en forma de amigo entrañable, de compañero incondicional o de completo consustancial. Incomunicación reiterada y esencial que se adueña de la pintura de Carmelo Niño para definirla y afirmarla.

Incomunicación que vive de un silencio notorio, audible, extendido, palpable, asible, infinito y reconocible. Silencio brutal, ensordecedor, que se traduce en una soledad profunda, a pesar de los personajes engañosos y de las presencias diluidas que falsamente inducen a una sensación de compañía, a una ilusión de comunicación. Silencio que todo lo abarca y lo sustenta para convertirse en el signo identificador de una muchedumbre de almas silenciosas y de una humanidad introspectiva que proviene del sueño y de la fantasía. Silencios que son los únicos compañeros de un bullicio inexistente en una pintura de mudeces y mutismos.

Una pintura de Niño es exclusiva, pero también excluyente, debido a que se define por los alejamientos y se confirma por la incomunicación. Es una propuesta de ausencias convocadas que sus personajes —aromas de presencias— ayudan a promover en un pretendido llamado a los encuentros y las conciliaciones. Silencio incomunicador que es una renuncia al gesto, a la palabra, al saludo, a las despedidas y las bienvenidas. Alejamientos vitales incapaces de entender el abrazo fraterno y el encuentro multiplicador, de auspiciar las instituciones de la existencia o las aperturas desprejuiciadas.

Pintura que Niño sustenta sobre la base del silencio y de la incomunicación resultante para hacer de la vida una reclusión, una introyección en los adentros del hombre para que aflore lo íntimo, a pesar de que no se comparta o se haga apropiable para hacer efectiva la dimensión plena del nosotros liberador.

Silencios profundos que sólo el artista escucha en forma de imágenes recónditas que no requieren pues de una palabra inútil e innecesaria.  Silencios personales que Niño traslada a sus pinturas para que la incomunicación sea, paradójicamente, la base de las interrogantes y el sustrato de los enigmas.

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