Hace treinta y dos años, a finales de 1979, Antonio Gades vino a Caracas al frente del Ballet Nacional de España para agotar la boletería del Teatro Municipal con su Bodas de sangre, ya convertida en su mayor obra de teatro danza que había confirmado su inmenso talento como bailarín y coreógrafo. Se había estrenado en Roma en 1974, antes de la muerte de Francisco Franco, pero fue con la transición democrática que la pieza adquirió mayor dimensión. El fin de semana pasado, gracias a la Embajada de España en Venezuela, el espíritu de Gades retornó a la ciudad cuando se repuso su alabado ballet inspirado en la pieza de Federico García Lorca. Estructurado en seis escenas, narra el drama amoroso de una novia que el día de su boda revive el amor de su antiguo amante, quien tampoco ha podido olvidarla y se enfrenta a su rival en una escena memorable. Cada vez que la veo, tanto en las tablas como en el cine, me parece sobrecogedora la forma como se expresa la tragedia con los movimientos en un supuesta «cámara lenta» y en un absoluto silencio. Ya sea en aquel montaje original como en la película que Carlos Saura hizo con el bailarín como en esta nueva puesta en escena de la Compañía Antonio Gades, las imágenes de las navajas —fulgurando en la oscuridad con su mensaje de sangre y muerte— permanecen en la retina y en las emociones del público. Completó el programa su célebre Suite Flamenca, elaborada a lo largo de veinte años, suerte de antología estética del flamenco, desde las bulerías hasta la rumba, en siete cuadros, presentada bajo la dirección artística de Stella Arauzo, una de sus solistas principales. Todo un espectáculo. Fue una noche muy hermosa que nos permitió apreciar el rigor, la disciplina y la sensibilidad de un cuerpo de baile muy particular. Gades contaría hoy con setenta y cinco años. Su muerte, en 2004, acentuó la leyenda de un extraordinario bailaor de flamenco que también fue un excelso bailarín de ballet.


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