Unidad elecciones 2015 1
La unidad de la oposición en la ahora tan criticada MUD —que no fue más que una unidad electoral— nos llevó a una contundente victoria en 2015 y el control de la Asamblea Nacional (AN) en 2016.

“¡Unión! ¡Unión! O la anarquía os devorará” decía Bolívar, solo que ahora es peor. Esa inseparable e indeseable compañera sincretizada en un Estado Fallido es pasto que alimenta al castrochavismo y los demás parásitos del pranato.  El tema es cómo lidiar  con esa recurrente desunión.

El antichavismo en Venezuela tiene varias teorías de lo que hay que hacer para salir de Maduro y su combo —y detrás de cada una de ellas un aguerrido grupo que no transige con los otros. Esto no es nuevo. Recordemos 2014 con lo que se llamó ‘la salida’, que no fue más que buscar la presión popular de calle para resquebrajar al régimen. Esto produjo la primera gran división entre los que buscaban la salida electoral y los que mantenían que sin presión de calle el dictador no saldría.

Las movilizaciones de calle produjeron una gran represión que terminó en las primeras fallidas negociaciones; pero también reveló al mundo el lado más oscuro del régimen, como se comprobó en los reportes de violación de los derechos humanos en el seno de la Naciones Unidas, en especial en su Consejo de DDHH.

La unidad nos llevó a la AN

La unidad de la oposición en la ahora tan criticada MUD —que no fue más que una unidad electoral— nos llevó a una contundente victoria en 2015 y el control de la Asamblea Nacional (AN) en 2016. Fue entonces cuando la lucha en el concierto internacional tomó cuerpo. La OEA —bajo la batuta de Luis Almagro en unión a la AN— comenzó a moverse para sancionar al régimen.

Un error de prepotencia del régimen al violar los derechos constitucionales de la AN permitió que la OEA lo calificara de dictadura en abril de 2017, año en que se reaparecieron las diferencias. Ellas se mostraron como alternativas para salir de Maduro: la renuncia, la partida de nacimiento, adelantar elecciones, el revocatorio, entre otras. Para luego caer en otras fallidas negociaciones presionadas por la comunidad internacional. Después vinieron unas elecciones regionales que nos agarró más divididos que nunca y cansados de pelear contra el aparato represor de régimen y entre nosotros, en las que en vez de avanzar perdimos espacios, y nos dividió más. En lo único que pudimos ponernos de acuerdo —y no todos— fue en no competir en las elecciones chimbas de Maduro. Lo anterior se transformó en estampida migratoria de gente huyendo de este desastre. En lo político la derrota en vez de producir un reacomodo unitario consolidó grupos y grupúsculos, aún más enconados.

Nada nuevo bajo el sol

Por esto, sorprenderse de que Mike Pompeo diga que hay divisiones en la oposición es olvidar que esto siempre ha sido así en Venezuela y en todo el mundo —o es que no queremos recordar nuestra historia y cómo Bolívar entregó a Miranda o le dimos a él mismo una patada por el trasero luego de que nos liberó de los españoles, para no hablar de Santander y Páez.

Llamar a la unidad alrededor de Guaidó es un desideratum pero algo difícil de conseguir, en especial cuando la desesperación reclama una victoria rápida y certera. Claro que hay que hacer un esfuerzo de unidad como finalmente se logró cuando Bolívar, no sin ‘romper algunos huevos’, logró convertirse en el líder de la independencia; al menos hasta que la logró pues luego al ver como se destruía su sueño de unidad, como recuerda García Márquez en El general en su laberinto, le dijo a su amanuense “Vámonos que aquí no nos quieren” y tomó un barco por el Magdalena hacia Santa Marta en camino hacia el imperio británico, para morir dictando una proclama de unidad.

Las negociones más importantes

La suerte para Venezuela es que Bolívar logró conquistar el liderazgo nacional, no por acuerdos sino por acciones atrevidas como la Campaña Admirable y volverse a parar luego de tener que evacuar Caracas huyendo hacia el Oriente. Para después reconquistar su liderazgo en ese Oriente donde tuvo que fusilar a Piar, gran líder de la región.

Claro que ahora las cosas son diferentes. Hemos evolucionado (espero) y podemos resolver diferencias en una mesa de negociaciones. Estas negociaciones de la unidad son más importantes que las de Oslo o las que se han dado o se están dando en varios ámbitos. Y como siempre negociar significa que cada uno debe ceder algo que tiene y aceptar algo que no le gusta. Todos tienen derecho a tener aspiraciones políticas e incluso presidenciales. No serían políticos sino hermanitas de la caridad. Pero también hay que saber diferir o posponer las gratificaciones no solo en función del bien común sino de una mejor oportunidad de triunfo personal.

Un ‘detalle’ internacional

Pero si se critica a la oposición venezolana por estar dividida tampoco podemos olvidar que la comunidad internacional también lo está. No hay una sola teoría para explicar lo que pasa en Venezuela y menos una sola estrategia. Y no nos referimos a los dos grandes grupos, lo que están a favor de que se mantenga el régimen y los que quieren un cambio.

Por ejemplo, el Grupo de Lima se opone explícitamente a una intervención militar, mientas EEUU mantiene que esa opción está sobre la mesa. Este grupo considera que negociar es una pérdida de tiempo mientras que el Grupo de Contacto centra su estrategia en negociaciones. Lo mismo en cuanto a la ruta “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres” también difiere.

Unos gobiernos —como los de Estados Unidos y Canadá e incluso Europa— imponen sanciones individuales, pero pocos imponen sanciones financieras. Y solo estamos hablando de los que quieren que Maduro se vaya. Eso para no habar de las diferencias internas en EEUU.

Más diferencias. Han hablado de un gobierno de ‘unidad nacional’ donde participarían los chavistas. Lo que es una anatema para algunos grupos que cuando son los criollos los proponentes los tildan de colaboracionistas, de promover la cohabitación con los del régimen.

En síntesis, aunque el objetivo es alcanzar la unidad para enfrentar ese colosal enemigo, siempre habrá divisiones. De nada sirve exagerarlas en críticas insidiosas y menos creer que uno ‘tiene a Dios agarrado por la chiva’.  Tampoco es de sabios jugar a que uno gane porque los otros pierdan. Por esto, la división es un peligroso ‘dado’ en sus dos sentidos, uno porque siempre estará allí y el otro porque muchos juegan a que salga su número y pierdan los otros, cuando ruede el cubo.

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