A Julio Ortega

I

En 1975 Carlos Fuentes (1928-2012) publicó la más monumental de sus novelas, Terra Nostra. Casi 800 páginas abigarradas, barrocas, difíciles de leer. Y, sin embargo, fascinantes. En una ocasión le dije a Fuentes que yo creía ser el único venezolano que ha leído Terra Nostra tres veces. Al oír mi confesión de masoquismo me respondió: «El único venezolano no. La única persona en el mundo».

Como hecho curioso se registra que esa, su mayor novela no sólo por lo grandioso de su estilo y la singularidad de su contenido, sino también por su extensión, estuvo precedida por la más breve de su autor, Aura, publicada en 1962, una verdadera joya de la literatura de lengua castellana, de apenas sesenta páginas, escrita mientras investigaba para la que luego fue la más extensa. Pero lo más curioso no es eso, sino que en Aura Fuentes da la noticia acerca de lo que estaba escribiendo. Él escribe Aura antes de Terra Nostra, y cuando lo hace, ya está inmerso en el proyecto de esta, y comenzada la investigación de la historia de España que la precedió. Testimonio de ello queda en un revelador pasaje de Aura. En esta el protagonista es contratado por una anciana, viuda de un general de la época del Imperio, para revisar y ordenar los papeles del archivo y el diario de su marido. Un trabajo fácil y sencillo, aunque tedioso, pero que le interesa porque eso le permitirá ahorrar algún dinero destinado a un proyecto que tiene en mente. En un soliloquio del protagonista se revela todo:

Revisas todo el día los papeles, pasando en limpio los párrafos que piensas retener, redactando de nuevo los que aparecen débiles, fumando cigarrillo tras cigarrillo y reflexionando que debes espaciar tu trabajo para que la canonjía se prolongue lo más posible. Si lograras ahorrar por lo menos doce mil pesos, podrías pasar cerca de un año dedicado a tu propia obra, paralizada, casi olvidada. Tu gran obra de conjunto sobre los descubrimientos y conquistas españolas en América. Una obra que resuma todas las crónicas dispersas, las haga inteligibles, encuentre las correspondencia entre todas las empresas y aventuras del siglo de oro, ente los prototipos humanos y el hecho mayor del Renacimiento. En realidad, terminas por abandonar los tediosos papeles del militar del Imperio para empezar la redacción de fichas resúmenes de tu propia obra.

Este pasaje de Aura revela de manera inequívoca que cuando la escribió, ya Fuentes había concebido lo que más tarde sería Terra Nostra, e incluso que ya había comenzado a trabajar en ella, a la cual se refiere llamándola “tu propia obra, aplazada, casi olvidada”.

En efecto, Terra Nostra es todo lo que en ese párrafo de Aura se dice, y mucho más. «Los descubrimientos y conquistas españolas en América» no son los únicos episodios de la historia de España que se narran en la novela, sino también la construcción del Escorial; la vida peculiar de doña Juana la Loca y de su putañero marido, Felipe el Hermoso –el calificativo es del propio Fuentes–; las vicisitudes del reinado imperial de Carlos V y el subsiguiente de Felipe II, y aun mucho más.

II

En 1977 Terra Nostra obtuvo el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. En esa ocasión Alejo Carpentier también compitió, con dos novelas. Sin embargo, en una carta fechada el 6 de abril de ese año Alejo me dice lo siguiente:

Espero los resultados del concurso de este año. Te diré que, para mí, el gran finalista es Carlos Fuentes. Considero que su Terra Nostra es un libro difícil de leer, pero de una calidad prodigiosa que habrá de marcar una fecha capital en los anales de la literatura latinoamericana contemporánea. Bastaría con los capítulos que Fuentes consagra a la construcción de El Escorial para que su nombre figurase en todas las antologías. El «náufrago» que aparece en su novela es el de la primera «Soledad» de Góngora. Veo, en este libro capital, una especie de reconquista de España por el criollo de América Latina.

Al margen de lo generoso que en esta carta Carpentier se muestra para quien estaba compitiendo con él por el Premio, obsérvese lo agudo y acertado del juicio que le merece Terra Nostra. Es muy sagaz la comparación del náufrago de Terra Nostra con el de Góngora, lo mismo que la observación final, acerca de lo que él llama la «reconquista de España por el criollo de América Latina».

Esta novela es, además, una muestra preciosa de lo que se ha llamado, más allá de lo controversial del concepto, el Barroco hispanoamericano. Lo es, no sólo por lo intrínsecamente barroco de su estilo, sino, además, porque en esta novela hallamos la más completa y certera definición de ese Barroco hispanoamericano. En efecto, en un pasaje de la novela leemos lo siguiente:

—Mi amigo, mi viejo amigo, murmuró el Señor. ¿De dónde llegas?

Ludovico miró al Señor con afectuosa tristeza: —De la Nueva España, Felipe.

—Entonces triunfaste tú. El sueño fue realidad.

—No, Felipe, triunfaste tú: el sueño fue pesadilla… El mismo orden que tú quisiste para España fue trasladado a la Nueva España; las mismas jerarquías rígidas, verticales; el mismo estilo de gobierno: para los poderosos, todos los derechos y ninguna obligación; para los débiles, ningún derecho y todas las obligaciones; el nuevo mundo se ha poblado de españoles enervados por el inesperado lujo, el clima, el mestizaje, las tentaciones de una injusticia impune…

—Entonces no triunfamos ni tú ni yo, hermano; triunfó Guzmán.

Ludovico sonrió enigmáticamente, tomó entre sus manos el rostro de Felipe, miró directamente a los ojos hundidos, ojerosos, del Señor.

—Pero yo envié a Julián –dijo el Señor–; lo envié para que templara, en lo posible, los actos de Guzmán, de todos los Guzmanes…

—No sé, meneó la cabeza Ludovico, no sé.

—¿Construyó sus iglesias, pintó sus pinturas, recogió la voz de los vencidos?, dijo, con acento cada vez más angustiado, Felipe.

—Sí, sí, afirmó Ludovico, hizo cuanto dices; lo hizo bajo el signo de una creación singular, capaz, según él, de trasladar al arte y a la vida la visión total del universo que es la de la ciencia nueva…

—¿Cómo se llama esa creación, y qué es?

—Llámase barroco, y es una floración inmediata: tan plena, que su juventud es su madurez, y su magnificencia, su cáncer. Un arte, Felipe, que como la naturaleza misma, aborrece el vacío: llena cuantos la realidad le ofrece. Su prolongación es su negación. Nacimiento y muerte son para este arte un acto único: su apariencia es su fijeza, y puesto que abarca totalmente la realidad que escoge, llenándola totalmente, es incapaz de extensión y desarrollo. Aun no sabemos si de esta muerte y nacimiento conjuntos pueden nacer más cosas muertas o más cosas vivas.

III

Con Terra Nostra, además, Carlos Fuentes viene a ser el más conspicuo renovador de la novela histórica, no sólo en el ámbito de la literatura de lengua castellana, sino en el universal. La investigación que Fuentes realizó de la historia española fue exhaustiva y le llevó más de seis años. Sobre esa base cumplió la hazaña habitual en la novela histórica, como fue deformar la realidad de la historia española en función del ficcionamiento novelesco, de tal suerte que el lector, sin quitar la vista de la historia, sabe y siente, no obstante, que lo que lee es literatura, es decir, arte, y no historia propiamente. Aquella Dama Loca de la novela es, sin duda, para el lector que conozca aunque sea superficialmente la historia española, doña Juana la Loca, hija de los Reyes Católicos, pero es la Juana la Loca de Fuentes, el novelista y no el historiador. De allí que no importe que ese personaje, cuyo referente real reconocido es la doña Juana la Loca de la historia, aparezca como la cónyuge y no la madre de Carlos Quinto, y por tanto como la madre de Felipe Segundo, y no como su abuela. Pero episodios como el largo peregrinaje de doña Juana con el cadáver de su marido hasta llevarlo a su lugar de reposo final, fielmente recogido en la novela, desmiente toda suposición de que fuese otro personaje.

Con extrema habilidad Fuentes interrelaciona lo real histórico y lo ficticio, que es una de las claves esenciales de la novela histórica desde los tiempos de Walter Scott (1771-1832). Lo novedoso en este caso es que para el ficcionamiento de la historia Fuentes se vale, no sólo de los recursos de la ficción literaria acostumbrados en tales casos, sino también de la más pura fantasía. En un pasaje de la novela a La Dama Loca la emparedan en un lugar del palacio real. Pero varios siglos después se ordena demoler la pared con la que la habían encerrado, y cuando se esperaba encontrar las miserables cenizas de la emparedada, esta sale de su encierro saltando más viva que nunca. Es sólo una muestra de cómo Fuentes entremezcla la historia con la fantasía.

IV

Carlos Fuentes, si no es el escritor hispanoamericano más completo del siglo XX, es uno de los más completos. Cultivó fundamentalmente la narrativa, en sus dos vertientes esenciales, el cuento y la novela. Con el agregado de que varias de sus novelas, como ya lo vimos respecto de Terra Nostra, son algunas de las fundamentales de la literatura hispanoamericana, y aun de la narrativa de lengua castellana. Basta recordar sus títulos: las novelas La región más trasparente (1958), Las buenas conciencias (1959), La muerte de Artemio Cruz (1962), Aura (1962), Cambio de piel (1967), Zona sagrada (1967), Cumpleaños (1969), Terra Nostra (1975), La cabeza de la hidra (1978), Una familia lejana (1980), Gringo viejo (1985), Cristóbal Nonato (1987), La campaña (1990), Los años con Laura Díaz (1999), Todas las familias felices (2006), Vlad (2010), más los libros de cuentos Los días enmascarados (1959), Cantar de ciegos (1972), Chac Mool y otros cuentos (1973), Cuentos fantásticos (2007).

En rigor, si fuese necesario precisar cuándo y con quién se inicia el llamado boom de la narrativa hispanoamericana, habría que señalar a Fuentes y la publicación de su primera novela, La región más trasparente, en 1958.

Carlos Fuentes es también autor de obras de teatro y de argumentos y guiones cinematográficos.

Igualmente escribió numerosos ensayos, sobre temas muy variados, entre los cuales destacan los problemas de la literatura hispanoamericana, especialmente la narrativa, y las cuestiones políticas y sociales de Hispanoamérica. Muchos de estos ensayos fueron recogidos en libros como La nueva novela hispanoamericana (1969), Casa con dos puertas (1970), Cervantes o la crítica de la lectura (1976),Valiente mundo nuevo. Épica, utopía y mito en la novela hispanoamericana (1990), El espejo enterrado (1992), Los cinco soles de México: memoria de un milenio (2000), En esto creo (2002), Contra Bush (2004), La gran novela latinoamericana (2011).

V

Durante muchos años, en particular en los últimos de su vida, Carlos Fuentes escribió también gran cantidad de artículos periodísticos, los cuales fueron publicados cada semana en periódicos de España y de todos nuestros países hispanoamericanos. Siempre mantuvo una franca preocupación por el destino de los pueblos de Hispanoamérica.

Por Venezuela tenía un especial aprecio, y le angustiaba, como si fuese la suya, nuestra situación política. En una ocasión algunos empresarios venezolanos decidieron invitarlo a Caracas, junto con otras figuras importantes, como Mijail Gorbachov y Lech Valessa. Me encomendaron la grata tarea de formularle la invitación. A ese efecto lo llamé por teléfono, y cuando le trasmití el mensaje me respondió sin la menor vacilación: «Yo no voy a tu país mientras ustedes no se sacudan a Chávez».

About The Author

Deja una respuesta