Naufragio 2
Porque quien no reconozca la talla y estatura de su enemigo desde el primer momento de sus actos, terminará por estar a sus expensas.

El amor es la única batalla en la que es legítimo ir desarmado a ella. Porque en el amor las mejores batallas son sublimes, porque nos abaten de otra manera. Batalla que se gana o se pierde, con el sentimiento más puro que ha edificado a la humanidad.

Pero cuando como líder de un pueblo, te sientas a la mesa a negociar con tu enemigo, y vas desarmado política y militarmente, tus condiciones no significarán nada ante su determinación perversa de seguir exterminando lenta y sistemáticamente, a ese pueblo que representas. En la mesa de negociación, mientras hablas y tomas agua, has olvidado por ignorancia u oscura complicidad, que el interlocutor con el que vas a negociar no es un mero oponente sino tu enemigo real. Porque quien no reconozca la talla y estatura de su enemigo desde el primer momento de sus actos, terminará por estar a sus expensas.

En la negociación, este hará contigo lo que le venga en ganas. Sabes que primero elegiste la diplomacia blanda, después la diplomacia dura. Mas te asaltó el temor cuando la única acción de verdad que te quedaba y correspondía, era elegir y activar la acción militar más sofisticada y jamás imaginada por tu enemigo. Porque al enemigo de un pueblo también hay que hacerle conocer el horror con el que se ha ensañado con sus víctimas. Tu error, entonces, lo motivó la creencia de que tu enemigo tiene un rango político anclado en la civilidad ideológica, como es en tu caso. No despertaste a la realidad de convencerte de que tu enemigo es un delincuente, un terrorista, un narcotraficante, un asesino, un torturador, que se apoderó y destruyó al país que dices amar con sus más de treinta millones de personas. Militas en el vencido paradigma de la lucha política.

Se trata entonces de meditar, no confiarse completamente del pensamiento lógico. Ciertamente, la civilidad promueve la paz. El diálogo es el sostén de la paz, pero cuando se escucha al otro y eso genera modificaciones en el cuerpo social e individual. De lo contrario no será diálogo, será una mímica traducida. El diálogo es un principio y una razón de la democracia. Por lo tanto, la conducta pacífica tiene un umbral de tolerancia que no debe pervertirse con el martirologio impotente e inútil. En ese escenario se convocan y progresan tres estrategias que le dan soporte a la posibilidad de defensa y combate de un pueblo en riesgo de perder su libertad, y con ella su vida ya hecha cadáver: la manifestación de protesta, la rebelión y la insurrección.

Lo táctico es no permitir que ninguna de las tres sea devorada por un tiempo inoportuno y excesivo. De ocurrir, el ciudadano extraviará su rol político y sucumbirá a la depresión o a la ira ciega. La enfermedad y el hambre convocarán a los buitres. Los venezolanos en veinte años de dictadura, sólo han puesto en marcha la manifestación popular. La única diferencia a la hora de luchar por la libertad de un pueblo en una democracia en riesgo y una dictadura que se perpetua, es que en la primera, el cese del abuso del poder por lo general ocurre en la primera o segunda fase: manifestación de protesta o rebelión.

En cambio, para liberarse de una dictadura totalitaria de nueva clasificación, el pueblo conducido por sus líderes, debe estar persuadido y determinado a transitar con valor toda la ruta planteada, hasta llegar a la insurrección total para poder derrotar a la dictadura feroz, y así ejecutarse la deseada transición.

Seguramente, en el momento de esa épica estelar, parafraseando a Wiston Churchill, habrá sangre, sudor y lágrimas.

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