Amor cuesta arriba
Los personajes obedecen a la concepción liberal del individuo, aunque se trate de un producto del gobierno socialista.

Entre las películas que ha estrenado recientemente la Villa del Cine, Amor cuesta arriba ocupa un lugar destacado por su falta de razón de ser. Es una comedia romántica que tiene como protagonistas al joven solitario de rigor y a una prostituta —o “chica mala”, como pusieron en la página web de la productora del Estado, comillas incluidas. Hay una referencia obvia: Mujer bonita (Pretty Woman, 1990). Y, al igual que el filme dirigido por Garry Marshall y escrito por J. F. Lawton, no se trata de un intento serio de indagar, a través de la ficción, en la realidad de la prostitución ni de la trata de blancas.

Mujer bonita es una película de la marca Touchstone de Disney, y es a un mundo como ese al que pertenecen los personajes de Amor cuesta arriba. En los ochenta el género llegó a ser un dispositivo del cine nacional para indagar en diversas realidades. Son ejemplos los policiales Cangrejo (1982) de Román Chalbaud, y Homicidio culposo (1984) y Más allá del silencio (1985) de César Bolívar. La Villa del Cine hizo lo mismo en su mejor película: el thriller psicológico Brecha en el silencio (2013) de los hermanos Rodríguez. Pero no es el caso de Amor cuesta arriba ni de El infierno de Gaspar Mendoza (2015). Ambos filmes se inscriben en una corriente actual del cine venezolano, en la que la realidad del país se disuelve en lo genérico y es poco más que un aderezo.

A la película le falta también la pegada de la crítica social, que fue una de las armas del Nuevo Cine Venezolano para abrirse camino en la década de los años setenta. En el clásico nacional del cine de putas, El pez que fuma (1977), Chalbaud hizo un homenaje irónico al melodrama mexicano de cabareteras, acompañado de una selección de grandes éxitos de la rocola. Era una manera inteligente de tomar esa cultura popular para hacer con ella algo más trascendente: una crítica de las relaciones de poder, en la que podía percibirse una referencia a la ‘Venezuela saudita’ del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez. Cuando el cine nacional tiene las manos amarradas y debe abstenerse de hacer cosas como esa, el resultado son filmes como Amor cuesta arriba.

En esta película no hay sordidez ni violencia ni otra coacción que obligue a las prostitutas a ejercer su oficio, salvo compromisos de dinero. Los personajes obedecen a la concepción liberal del individuo, aunque se trate de un producto del gobierno socialista. Establecen por su propia voluntad relaciones con el resto de los integrantes de la sociedad y sólo están sujetos al cumplimiento de los contratos que libremente ha suscrito. Cualquier parecido de la trata de blancas con la esclavitud, como el que plantea David Pablos en Las elegidas (México-Francia, 2015), por poner un ejemplo reciente en el cine latinoamericano, no tiene cabida en el mundo Disney de Amor cuesta arriba.

Pudiera pensarse que tales licencias se justifican como un intento de combatir los prejuicios que existen en torno a las trabajadoras sexuales, como se las llama en la actualidad. El problema es que no hay sexo en esta película. Todo eso es mantenido escrupulosamente fuera de campo. De esa manera los realizadores son cómplices del rechazo que parecieran combatir, por el cual la prostitución es una realidad oscura. Se percibe incluso en el texto de la página web de la Villa, cuando escribieron «chica mala» en vez de prostituta.

También son falsos los haitianos de Amor cuesta arriba. José Antonio y José Luis Varela, guionistas en serie de los filmes de la Villa, parecen haberlos inventado mirando al techo, a partir del recuerdo de un tipo con el que tuvieron que negociar, entre español y creole, la compra de un helado. Fortuné y sus compañeros no son otra cosa que un intento de forjar un estereotipo positivo de esos inmigrantes, cuyas costuras saltan hasta el disparate. No hay ningún esfuerzo serio por acercarse a las condiciones reales de vida de esa población en Venezuela, ni de indagar en las razones por las que se fueron de Haití.

El director debutante y coguionista, Nelson Núñez, tampoco es capaz de plantear una estética que compense la pobreza del guión. El único aporte del filme en ese sentido es haber recurrido a actores que no son atractivos según el canon de la televisión nacional y extranjera, ni del cine estadounidense que predomina: el de las películas de bellos como Julia Roberts y Richard Gere. Pero por eso mismo el público ni siquiera encontrará en Amor cuesta arriba la posibilidad de soñar despierto con la que pudo entretenerlo Mujer bonita.

AMOR CUESTA ARRIBA, Venezuela, 2015. Dirección y montaje: Nelson Núñez. Guión: José Antonio Varela, José Luis Varela, Nelson Núñez. Producción: Xiané Pacheco. Fotografía: Tonny Valera. Sonido: Carlos Carvallo. Música: Yoncarlos Medina. Dirección de arte: León Padilla. Elenco: Jesús Nunes, Vera Linares, Augusto Nitti, Gladys Prince, Gilbert Lamourd. Distribución: Amazonia Films.

 

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