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Los delitos contra los derechos humanos no prescriben y las cuentas no pueden esconderse detrás de aquello de la ‘obediencia debida’.

Es larga y oscura la historia de las policías políticas, y no solo han acompañado a las dictaduras, se han dado en múltiples formatos. Pero en general tienden a tomar autonomía y causa propia, incluso espiando y reprimiendo a su propio gobierno.

Por supuesto que no es mi campo, ni espero que lo sea. Me interesa mucho más lo que tiene que ver con la profundización de la democracia, pero las policías políticas están en la dirección contraria. Y veo que, negando lo que establece la Constitución en relación con los derechos humanos, y que tal vez sean sus mejores artículos, cada vez son más frecuentes los actos de represión y violación de esos derechos. Ello pareciera marchar en compás con el propio debilitamiento del gobierno, que, al sentir la progresiva reducción de su legitimidad, apela a acciones que tienen que revolcar la memoria de parte importante de su equipo que se incorporó a la política y creció con ese lenguaje y esos temas: los derechos humanos.

Uno comprende: los torbellinos del poder y las presiones cortesanas empobrecen la memoria.

Pero es bueno recordar cosas: los delitos contra los derechos humanos no prescriben y las cuentas no pueden esconderse detrás de aquello de la ‘obediencia debida’.

Los mejores logros de la policía no están, precisamente, en la reducción de la violencia y el delito. Este sigue siendo tema y angustia que aprisiona y desola las calles desde temprano. Pero sí veo logros en sus capacidades represivas de la gente en sus manifestaciones. Colocan en la primera línea de las barreras de contención a unas muchachas maquilladas y arregladas. Luego cordones y más cordones de muchachos con caras de reclutas recientes. En las vecindades cientos (o miles) de motorizados, con buenas y recientes máquinas, que se mueven rápidamente para acudir a donde les dicen que hay más manifestantes que amenazan con violar las ilegales restricciones territoriales de un, ideológicamente enredado, alcalde.

Pero más atrás, y con afán de discreción, se descubren unos tipos, todo de negro, con unos anteojos de los que salen en las películas con héroes del FBI. No sé muy bien para qué sirven esos anteojos. Tal vez para despistar las miradas o para esconder estupideces. Pero allí están, con poder creciente y amenaza de asaltos: la policía política.

Es de pensar en una asesoría o presencia internacional, pero también en los cursos repetidos en la historia, cuando los represores terminan por morder a su amo.

arnaldoeste@gmail.com

@perroalzao

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