Luis Almagro
Secretario General de la OEA sobre la Carta Democrática Interamericana: “es nuestra herramienta para actuar en casos de alteración del orden constitucional y democrático en un país del Hemisferio”.

A Luis Almagro, seguro, están sonándole los oídos. Su nombre no ha dejado de estar en boca de los venezolanos desde que escribiera, y enviara, su segundo informe sobre la situación democrática del país. Y, por supuesto, las reacciones no se han hecho esperar.

El Secretario General de la OEA ha sido el protagonista de las noticias, de las conversaciones informales entre amigos, de las charlas entre desconocidos… ¡hasta de los debates que se dan entre muchachos cansados de oír a sus padres quejarse de la situación de Venezuela!

El informe es, para muchos, la luz que se enciende al final de un túnel negro, del que se creía no tenía salida. Para Nicolás, en cambio, ha sido como un gran insulto, una gran mentira que pretende rebatir —y desmontar— los méritos de su gestión. Por eso, llamó a Almagro basura. Así, sin empacho. “Almagro, eres basura”, dijo con un gran derroche de inmadurez política, desbordado por la soberbia, esa que intentó copiar de su antecesor. Con ese lenguaje suyo tan burdo, con el que, cree, se embute en las masas populares. Ese que emula más a un sketch del popular programa de los setenta El Chavo del 8, cuando Kiko insulta a Don Ramón —“No me simpatizas: chusma, chusma” y finaliza con empujón y trompetill— que, a un Jefe de Gobierno respetado y con autoridad moral, refutando con hechos concretos la acusación. Porque, a esto he reducido cada actuación del régimen: a una tragicomedia improvisada que, quizá dentro de algunas décadas, sirva de inspiración para una serie de televisión. Pero, acostumbrados como estamos a las reacciones de Nicolás, nada de que lo dijo contra Almagro me sorprende: es lo que se espera de cualquier (neo) dictadorzuelo que se siente expuesto ante los ojos de la opinión pública internacional.

Para quienes no han podido leer el informe, les comento que, desde su primer párrafo, devela la preocupación por lo que ocurre con la democracia en el país. Arranca así: “El 30 de mayo de 2016, presenté mi primer informe detallado en el que se describía la crisis en Venezuela, especialmente la alteración del orden constitucional y del orden democrático en ese país en virtud del artículo 20 de la Carta Democrática Interamericana.  A los efectos de contribuir de una manera constructiva a la evaluación colectiva de los Estados, la Secretaría General presenta la actualización del mismo”.

Prosigue el Secretario General de la OEA haciendo especial énfasis en que, desde esa fecha hasta el presente, lo único que ha ocurrido en Venezuela es la agudización de la crisis en todas las áreas y el fracaso de cada uno de los intentos por resolverla. Denuncia la corrupción acelerada y la pérdida del Estado de Derecho que “ha sido eliminado por un poder judicial completamente controlado por el Poder Ejecutivo, que ha anulado cada ley aprobada por la Asamblea Nacional”.

No se le escapa nada a Almagro. Por eso, invoca de nuevo la aplicación de la Carta Democrática Interamericana recordando que “es nuestra herramienta para actuar en casos de alteración del orden constitucional y democrático en un país del Hemisferio. Usemos nuestras herramientas asumiendo la responsabilidad colectiva y solidaria que nos llamó a crear ese instrumento y a fundar esta Organización”.

Ahora bien, ‘deseos no preñan’ reza el refrán popular. Para que la esperanza y el deseo de que este segundo informe genere algún tipo de reacción que favorezca a los venezolanos, no basta con que el Secretario General de la OEA alce la voz ante los países miembros de la Organización. Eso no es suficiente. No con un régimen como este que secuestró cada uno de los Poderes Públicos y los obliga a avalar sus ocurrencias. Los ciudadanos, los que vivimos esta pesadilla de sistema, tenemos que cohesionarnos si queremos verle resultados a las denuncias de Almagro. Los venezolanos hemos dejado en manos de otros, lo que nosotros tenemos que resolver. Nos encanta pensar en salvadores, en mesías que, quizá, tengan buenas intenciones y le pongan empeño; pero que, al final, necesitan de nuestro empuje para que la causa por la que luchan salga adelante.

Porque de nada nos sirve que Almagro haya resumido en 75 páginas la cruda realidad de Venezuela, una nación a la que un régimen le arrebató sus derechos constitucionales. De nada valdrá que todo lo que allí se expone—muy bien documentado y todo muy cierto— sólo sirva para provocar la ira de Nicolás o marchas organizadas por el oficialismo en rechazo a la injerencia de la OEA. Señores, no somos una nación libre. No somos una nación democrática, a pesar de que a lo largo de 18 años acumulamos un gran número de comicios, organizados por un sumiso y complaciente CNE. El régimen lo ha dicho: “aquí no habrá elecciones hasta que no estemos seguros de que las vamos a ganar”. ¿Y dentro de qué sistema político calza esa frase? Les aseguro que democracia no es. Los hechos están a la vista, son públicos y notorios. Solo para ese diminuto y selecto grupo que tiene como rehén al país y a sus ciudadanos —y que desde hace más de tres lustros gobierna con desenfreno e impericia— Venezuela es el paraíso en la tierra; y no ese país que describe el Secretario General de la OEA y que sufrimos el resto de los venezolanos.

Aunque conocemos de antemano las artimañas de las que se vale el régimen para salir bien parado cuando lo acusan, les confieso que disfruté la lectura de este segundo informe de Almagro, al que no le faltan detractores —como la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe, Copppal. La petición de que se realicen elecciones está puesta sobre la mesa. No esperemos un milagro de un mesías que se apiadó de la situación de los venezolanos: tenemos que activarnos y asumir que de cada uno de nosotros —de la ciudadanía— depende que esto suceda.

@mingo_1

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