Se puede hacer caricatura, filme y hasta un musical cómico sobre Hitler, Mao, Mussolini, Stalin, Fidel Castro y sus clones regionales. Pero el efecto depende en exclusiva del talento humorÃÂstico y ético, sin doble moral, del autor. Porque hay una tenue lÃÂnea de borde que separa la carcajada gruesa y fácil que exalta y banaliza el mal tiránico de la otra risa, difÃÂcil pero aliviadora, pues logra liberar por algún rato el malestar de una sociedad oprimida, humillada y casi destruida. Lindero frágil que consagra, promueve dudas o liquida.
Si gobernadores y alcaldes constantemente ofendidos y despojados acuden por justa y diferida ley al palacio dictatorial y rÃÂen la charlatanerÃÂa burlona del mandamás, causante y convocante, con ese simple descuido revelan una peligrosa dosis del desorden mental que nos abruma. En cambio, quien queda serio frente al circo y el marginado del convite que protesta con dignidad, ambos, reflejan orden interior y seguridad, hoy necesarios.
Dicen los atentos al sabio lugar común que el ser esencial radica en gestos y detalles, por eso en sus viajes el polaco judÃÂo descartaba al cochero cristiano que no se persignaba al pasar frente a una iglesia y rompÃÂa con amigos católicos que callaban ante pogromos y la profanación de sinagogas. El sufrimiento detecta vacÃÂos y farsas.
Al punto. Desorden Público es un pionero grupo musical venezolano con veinte años de labor calificada, inteligente, principista, seria y divertida, de proyección europea y norteamericana. Ciertos tÃÂtulos disqueros definen su concepto: Plomo revienta, En descomposición, Dónde está el futuro, Estrellas del caos.
Su fundador y director, Horacio Blanco, comunicador social por la Universidad Central de Venezuela, guitarrista, cantautor, barÃÂtono de voz potente y versátil, comanda esta tropa de instrumentistas, cada uno músico integral y echador de broma en serio. Sus balas de melodÃÂa, rÃÂtmica y letras hieren los vicios que nos marcan.
De humor ácido y sin complejos, reproducen diarias sonoridades, ruido mecánico, verborrea, olor y sabor del valle-paÃÂs, «nación-verbena» en continuo zaperoco y contradicción.
Artistas nunca desordenados ni aburridos, lanzan sus dardos crÃÂticos contra la anarquÃÂa estructural que nos identifica.
Mucho puede aprender nuestra incoherente disidencia pública y privada de esta obra artÃÂstica, sólida y confiable.