Asombrado leo en la colección de tuíteres uno que estipula lapidariamente: “dejémonos de twits y encomendémonos a Dios”. ¿Será el mismo Dios que tampoco le ha funcionado a Cuba?

Según el informe de una comisión de derechos humanos, el país vive esta realidad:

  • 66% de los hogares perciben menos de 100 dólares al mes. De esos, la mitad, 33% menos de 50 dólares al mes.
  • Sólo 31% tiene trabajo a tiempo completo, menos de la tercera parte de la población. 45% de ellos trabaja para el Estado, es decir, casi la mitad de ellos es empleado directo del Gobierno.
  • Sólo 35% trabaja por cuenta propia. Es decir sólo un tercio de la población trabaja para la empresa privada.
  • 25% de los hogares recibe remesas de dinero o de comida del exterior, manteniendo de alguna forma la economía a flote. En las tiendas en dólares, los precios de los productos son superiores a los de EEUU y Europa.
  • 60% opina que los alimentos que reciben subsidiados no cubren sino una semana máximo. Y 74% califica su alimentación familiar como deficiente. Los alimentos de más difícil acceso son la carne, el pescado y la fruta.
  • 70% de la población padece cortes de agua y electricidad permanentes.
  • 60% califica muy mal el estado de las instalaciones sanitarias, que también padecen la falta de agua y electricidad.
  • 51% de las viviendas necesitan ser reparadas o rehabilitadas, 200.000 están en peligro de derrumbe.
  • “Las interrupciones, a veces prolongadas, de los servicios de agua y electricidad son parte de la vida diaria desde hace décadas.  Estamos hablando de unas infraestructuras deterioradas en las que el Estado no invierte porque no les interesa”.
  • “Si en países que vienen de una situación financiera y económica más estable, hay gran preocupación por las consecuencias de la pandemia, ya nos podemos imaginar cómo va a estar nuestro país. La situación es grave. El impacto de la covid-19 incrementará aún más la pobreza en el país”.
  • “El país está en una situación que no puede pagar su deuda pública, lo cual obliga al gobierno a una reducción importante del gasto público, lo cual afecta cada vez más a los ya precarios servicios públicos y seguirá empeorando las condiciones de vida”.

A un venezolano, este informe le parecerá familiar con respecto a la descripción de lo que estamos viviendo, pero resulta que no es de Venezuela. Es de una organización de Derechos Humanos de Cuba, país al cual le estamos siguiendo los pasos. Y precisamente a esto me quiero referir.

Analicemos con frialdad la situación. Yo sé que no es fácil por la carga emotiva y de rabia que tenemos todos. En Cuba este estado de cosas se ha mantenido ya por 61 años, con una población sometida y resignada. ¿Ha sufrido el gobierno, a pesar de estas condiciones sociales, algún posible intento de debilitamiento? Indiscutiblemente que no. Por lo cual nos llevaría a pensar que las condiciones infrahumanas de vida en sí, no son suficientes para la caída o derrocamiento de un régimen, como muchos ilusionadores han mencionado. Lamentablemente, siempre se puede estar peor, los cubanos o los zimbabuenses pueden darnos respuestas al propósito. Me dirán ¡es que Venezuela es diferente! No, era diferente! ¿Saben ustedes que para el año 59 Cuba era la quinta economía de América y que Zimbabue era llamada la Suiza de África?

Esas condiciones de vida, como he subrayado en el texto referente a Cuba, se han mantenido por décadas y el Estado no ha hecho nada por mejorarlas, porque no le interesa. Veamos esto: muchos analistas doctos hablan de la ineficiencia del gobierno en resolver los problemas de la ciudadanía. No han comprendido que al gobierno no le interesa en lo más mínimo mejorar las condiciones de vida. Mientras peores sean, la población estará más sometida. Un pueblo al cual se le va la vida en resolver las necesidades básicas, no tiene tiempo para ocuparse de más nada, prácticamente ni de protestar. Protestan los que están fuera, los que tienen cómo y por qué, pero lamentablemente sin ninguna consecuencia real interna. Tenemos que entender que no es incapacidad, sino estrategia. Las carencias ayudan al sometimiento y por lo tanto no las van a mejorar.

El gobierno no es torpe ni ignorante, sabe muy bien lo que hace. Mantener el estado de depauperación nacional los hace más fuertes, por lo tanto se hace casi imposible algún tipo de levantamiento antigubernamental, como se intentó en el pasado. Esa estrategia no funcionará más. Como no ha funcionado en Cuba. Y por favor no vuelvan a repetirme aquella frasecita, “de que Venezuela no es Cuba”. Ya lo es, aunque nos cueste admitirlo.

Por otra parte, sabemos que el soporte fundamental del gobierno en Cuba proviene de sus fuerzas armadas y del control social.  Ya eso lo han implantado también en Venezuela, y los últimos intentos fallidos y esperanzadores de levantamientos antigubernamentales han sido efímeros y torpes. También los hubo en Cuba en los albores de la revolución y fueron también sometidos.

Ante estas circunstancias, los venezolanos —dentro y fuera del país— comenzaron a ilusionarse ante la posibilidad de una intervención militar extranjera, única opción que se planteaba como posible para el derrocamiento del régimen, pero todo esto se ha desmoronado evidentemente. Muchísimos creyeron en las bravuconerías que se emitieron hace un tiempo en EEUU, que no tenían, como se ha demostrado, más que un fin electorero y manipulador. Si en un primer momento se pensó que efectivamente se iba a proceder a una intervención militar, era producto de una encuesta que con esta acción, el estado de Florida, con una altísima votación latina, iba a respaldar la reelección. Pero otra encuesta a nivel nacional indicaba que en el resto de los estados, una intervención militar de EEUU en el extranjero, le restaba votos. Al norteamericano promedio, por más que le interese la democracia, Venezuela no es su prioridad. Y para concluir, con el problemón en que está metido el gobierno de los EEUU en estos momentos, el mismísimo presidente acaba de puntualizar que “no somos el policía del mundo, que no es deber de las fuerzas armadas de EEUU resolver conflictos en otros lugares”.

Nunca me ilusioné con la cacareada intervención militar en Venezuela, pero ahora, para aquellos que la imploraban, creo que quedará claro que no va a suceder. ¿Han vuelto a ver, con su sonrisita sardónica y su español con acento a Elliot Abrahams, comisionado del gobierno para Venezuela, o al senador Rubio?  El otro bigote hablante, John Bolton, asesor de seguridad de la Casa Blanca entre abril de 2018 y septiembre de 2019, renunció en su momento y esta semana presenta su libro The room where it happened, a White House memoir (El cuarto dónde sucedió, una memoria de la Casa Blanca), cuya publicación se intentó detener y donde —entre otras muchas cosas— él señala que el actual inquilino es “un presidente para quién la reelección es lo único que importa”. Como dato curioso, el otro asesor de seguridad de la Casa Blanca, Michael Flynn, antecesor de Bolton y que había sido condenado por un tribunal y estaba preso, fue liberado por decisión presidencial.

No sé, pero todo lo anterior no me parece muy sano que digamos. Si al patuque nacional le agregamos la presencia fantasmal en EEUU de Christopher Figuera y Cliver Alcalá, altas figuras militares y represivas del régimen venezolano y la idealizada y no lograda llegada —para el momento que escribo esto— del tracalero Saab, y  donde todo parece que vuelve a repetirse la historia del escondido Pollo Carvajal.

Muchos en su momento celebraron como definitorias de la caída del régimen. Me perdonan mi ignorancia pero yo cada vez entiendo menos. A mí que me lo expliquen, porque no sé en qué nos benefician. Aunque con todo el mal que nos han causado bien bueno que sufran un poquito. Pero por lo que sé, por lo menos el Figuera anda suelto y protegido como ‘cantante’, tal cual el Isea, exgobernador de Aragua y militar chavista, dueño de una flota de camiones en EEUU y sopotocientos enchufados que se camuflajean en el estado de Florida.

Descartada, por todo lo anterior, la opción invasora, qué otra esperanza nos queda: las sanciones. Se supone que estrangulan al régimen. ¿Realmente lo hacen? O simplemente lo obligan a usar vericuetos para sus trapacerías económicas. En esto tienen el asesoramiento de los cubanos que llevan 60 años haciéndolo. Además, tienen el apoyo directo y enfático de otros regímenes dictatoriales mundiales: Rusia, China, Turquía, Irán y uno que otro bichito de uña no tan poderoso, pero igualmente maligno que gobiernan en el mundo. ¿Saben ustedes que Chevron aún funciona en Venezuela con autorización del gobierno de Washington?  ¿Qué a pesar de las amenazas de la flota norteamericana desplegada en el Caribe, los buques iraníes pasaron y descargaron? Para nuestra desgracia, somos una ficha más de la geopolítica mundial y cada vez contamos menos. Éramos un poquito más poderosos cuanto teníamos ínfulas de potencia petrolera, pero ya ni eso. Pobre Venezuela, cómo nos han destruido. Hace tres años la revista Time colocó en portada a Putin definiéndolo como el hombre más poderoso del mundo, a raíz de su logro de colocar a Trump como presidente. Creo que esto dice algo, aun cuando los buscadores de fantasmas dirán que es una revista comunista.

Mientras tanto, dentro de Venezuela, se está viviendo el horror cada vez más. La pandemia ha servido para que el Estado apriete cada vez más las tuercas, en aquello del control social. Con acciones tan terribles como obligar a los contagiados a someterse al terror hospitalario, sabiendo que eso es una muerte segura y al sometimiento del encierro y las cada vez mayores carencias. Pero, por otra parte, la pandemia les frenó sus planes. Pretendían que cinco millones de venezolanos más se ausentaran del país. El coronavirus frenó todo eso. Pues la táctica del gobierno es quedarse con la gente que puedan vigilar y hacer que sobrevivan precariamente. Con 4,5 millones de pensionados, 2,5 millones de empleados públicos, uno o dos millones de dependientes directos o indirectos de las fuerzas armadas y, por otra parte, con unos 10 millones en el exterior, mandándoles remesas a sus familiares, como sucede en Cuba, tendrían el asunto totalmente controlado.

Me tildarán de pesimista, de destructor de ilusiones, de asesino de pajaritos preñados, pero lamentablemente —y para dolor propio— trato de ser lo más objetivo posible con lo acontecido hasta el momento. Nada me encantaría más que recibir una respuesta que eche por tierra todo lo que he dicho aquí y me abra un camino al futuro. Pero, por favor, les prohíbo que utilicen la frasecita tan cacareada de ‘una lucecita al final del túnel’.

Asombrado leo en la colección de tuíteres uno que estipula lapidariamente: “dejémonos de twits y encomendémonos a Dios”. ¿Será el mismo Dios que tampoco le ha funcionado a Cuba?

 

 

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