Esta semana comienzan a multiplicarse en cifras alarmantes los contagiados en países como Brasil, Perú y Chile, de los demás no sabemos.

No sé cual es la lección. Algo tiene que quedar a los que detentan el poder de esta experiencia frente a la Covid-19. Los trapitos sucios quedaron colgados en el tendedero público, mientras hay gobernantes que creen que por poner una mordaza se desconoce lo que son, lo que hacen, o lo que no hacen.

Los trabajadores sanitarios de España —que se han dejado el pellejo día y noche en los hospitales— ganan al mes 900 euros, Los aplausos recibidos cada noche a las 8, no sé si por efecto espontáneo de las comunidades o por una buena estrategia de comunicación, terminó dándose la vuelta para que la verdad aflorara.

Latinoamérica, más que quedar al desnudo ha corroborado, sin temor a dudas, que somos un continente retrasado socialmente. Sin esperanzas de progreso porque cualquier planteamiento que tendría que ver con propuesta cultural, intelectual y en consecuencia económico, es devorado por el enemigo más atroz de cualquier sociedad: el populismo. La ignorancia y la pobreza de todas las poblaciones del continente han saltado al tapete. Las imágenes dantescas donde no hay prevención, distanciamiento social o la mínima conciencia sobre el peligro, se imponen. El hambre y la necesidad de ganarse el pan de cada día se vuelven protagonistas ante cualquier experimento de confinamiento y de guerra a una enfermedad. El hambre es arriesgada, no valiente. No hay nadie que la soporte y se busca desesperadamente la forma de aplacarla.

Entre tanto los trabajadores sanitarios de Bélgica recibieron una visita de la Primer Ministro dándole la espalda en la medida en que la larga caravana de vehículos oficiales pasaba por el medio de una gran fila de trabajadores de la salud, los que seguramente fueron puestos allí para que le aplaudieran y oh sorpresa, no actuaron como borregos. Demostraron su descontento.

Al final de esta historia nadie se salva, algo no funciona en los gobiernos del mundo pero en especial los de nuestro continente que tanto nos atañe. ¿Qué los suecos se distinguieron? Si, porque para correr riesgos o para apostar a algo distinto al común frente a esta pandemia tienes que apostar a un sistema sanitario capaz de responder a las más impredecibles demandas. Después de todo la interrogante es una sola. ¿Quiénes son culpables: los gobernantes o las sociedades que los eligen, los secundan, los respaldan o los soportan en silencio? Entre tanto esta semana comienzan a multiplicarse en cifras alarmantes los contagiados en países como Brasil, Perú y Chile, de los demás no sabemos.

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