A través de la presentación muy meticulosa de las andanzas de sus familiares va narrándonos al mismo tiempo la historia de Cuba.

Siempre me han atraído las lecturas de memorias, hasta las de impenitentes y libertinos como las del marqués de Casanova, quien expuso y retrató el lado orgiástico y erótico de su tiempo. Como también las de intelectuales como las memorias de Raymond Aron, quien describió con profundidad y erudición su transcurrir de cincuenta años de su vida en la política y en la academia. En Venezuela, José Rafael Pocaterra se hizo famoso denunciando en sus Memorias de un venezolano en la decadencia, la horrorosa tiranía de Juan Vicente Gómez, contando los días que pasó en la terrible ergástula de La Rotunda.

Leer memorias es prácticamente conversar con alguien que tuvo una vida interesante y que vale la pena compartir con otros a través de la lectura. En este caso, Sin ir más lejos, los recuerdos y la biografía del periodista y escritor Carlos Alberto Montaner son un trofeo a la lucha intensa por ideales de libertad y prosperidad para todos, de una vida increíble siendo objeto de persecución y ataques por la dictadura castro-comunista y sus agentes secretos, sus intelectuales vendidos y sus insidias. Nada más el recuento de los días en que pasó encerrado en la embajada de Honduras esperando el respectivo salvoconducto para salir de Cuba, nos deja petrificados de horror por las incomodidades que allí pasaron muchos asilados.

Montaner, como moderno Balzac, empieza por relatarnos quienes fueron sus antepasados, en los cuales abundan los orígenes catalanes. Así, en Andorra, nos menciona que existe un paso de los Montaner donde transitaban los contrabandistas y por consiguiente muchos de ellos eran de apellido Montaner. Sus abuelos paternos fueron Pedro María Montaner Pulgaron y Herminia Hernández Rivas, una cubano-norteamericana. Nuestro memorialista describe con minuciosos detalles a todos sus abuelos, y demás parientes, con sus virtudes y con sus defectos. No podemos olvidarnos que Cuba era profundamente española para lo bueno y lo malo. Es interesante cómo nos envuelve en la historia de Cuba y así nos relata:

«En 1902, cuando se inauguró la República, apenas había 1.300.000 cubanos. Entre ese año y la llegada de Machado, un cuarto de siglo más tarde, entraron al país algo menos de un millón de inmigrantes, casi todos laboriosos españoles de Canarias, Galicia y Asturias. Ello explica que los dos palacios más imponentes de La Habana fueran el Centro Gallego y el Centro Asturiano. La arquitectura, como se sabe, expresa el poder.»

A través de la presentación muy meticulosa de las andanzas de sus familiares va narrándonos al mismo tiempo la historia de Cuba, de tal modo que Carlos Alberto nos recuerda que la primera vez que Fulgencio Batista llegó al poder era filo-norteamericano y también pro-comunista. Recordemos que estábamos en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial donde los norteamericanos colaboraban con la URSS para acabar con el nazismo y el fascismo.

También como narrador casi omnisciente, o muy consciente, Carlos Alberto nos narra la evolución de Fidel Castro, que era amigo de sus padres y estudiante de Derecho. Poco a poco, Castro se fue convirtiendo en una especie de matón de los que pululaban en la política cubana y en especial en la Universidad. Nuestro autor y testigo de excepción de la juventud de Fidel Castro, se pregunta y se responde:

«¿Era Fidel Castro comunista entonces? A estas alturas la relevancia que tiene esta pregunta es escasa. Algunos alegan que una persona altiva y egocéntrica como Fidel no cabe en ningún partido, porque siempre será fidelista antes que otra cosa, pero esa es una verdad parcial que también puede decirse de todos los líderes dotados de un indudable narcisismo. Mao era maoísta, Stalin estalinista y así casi con todos los dirigentes. Pero lo cierto es que Fidel siguió proclamando las virtudes del marxismo-leninismo tras la caída del Muro de Berlín y la desaparición práctica del comunismo. Si ha habido un personaje tercamente empeñado en las virtudes de una ideología fallida, ese personaje ha sido él. En todo caso, aunque solo sea por alimentar la polémica, probablemente la respuesta sea sí: Fidel Castro era comunista.»

Paulatinamente, dentro de su personal análisis, Montaner hace ostensible, para propios y extraños, el triunfo de Fidel Castro al desbaratar el pseudo ejército de Batista, y poco a poco, va apretando sus tuercas y tornillos de una dictadura comunista donde él será el mandamás absoluto y amo de vidas y haciendas. Aquí nos llama la atención poderosamente Manuel Urrutia, quien fue nombrado por Fidel Castro presidente de Cuba mientras él era una especie de primus inter pares y jefe indiscutible de las fuerzas armadas revolucionarias. El entonces presidente nombró su gabinete y un primer ministro, que era José Miró Cardona, una de las cabezas mejor dotadas de los juristas de Cuba. Después, Fidel Castro sacaría de la presidencia a Urrutia y nombraría presidente a Osvaldo Dorticós y él mismo se quedaría como primer ministro. En seguida nombraron embajador en España a Miró Cardona. Como es sabido, Francisco Franco gobernaba España, como caudillo por la gracia de Dios, y jefe del Estado español por la gracia de su ejército, marina y aviación. Y en las memorias se trae a colación, una conversación que hubo entre el embajador Miró Cardona y Franco, diciéndole éste al primero, que no se preocupara por las expropiaciones que le haría la revolución cubana a los inversionistas y propietarios norteamericanos porque el gobierno de EEUU no haría nada para impedirlo. Aquí nos quedamos asombrados ante el cinismo de un hombre que llegó al poder en España con la excusa de eliminar a los comunistas, y ahora fungía como consejero discreto o en la sombra del pichón de tirano que cada día reforzaba sus medidas anti libertades y anti economía de mercado. Nos recuerda el famoso acuerdo Molotov-Ribentrop, por el cual Alemania y la URSS acordaban un pacto de no agresión.

De igual forma, nuestro memorialista nos aclara el misterio para muchos de la muerte del comandante Camilo Cienfuegos, disfrazada como un accidente aéreo, y el proceso kafkiano seguido a Hubert Matos, que pasó veinte años por disentir del rumbo hacia el comunismo que Castro le estaba dando a su proceso revolucionario.

Carlos Alberto Montaner, después de haber salido de Cuba con muchísimas peripecias descritas exhaustivamente en sus memorias, vivió en Miami, posteriormente en Puerto Rico y finalmente se radicó por casi 40 años en España. Narrando su vida en este último país, nos trae la sorpresa de que los españoles o no estaban enterados de cómo era la dictadura castrista o la fobia hacia Estados Unidos les hacía despertar cierta simpatía hacia la dictadura cubana, por lo cual nuestro memorialista se vio obligado a meterse mucho en política a favor de las libertades en Cuba.

En España, así mismo, fue un testigo de excepción del llamado período de la transición a la democracia, en donde una profunda y vetusta tiranía como la de Franco dio lugar a la eclosión de una monarquía parlamentaria al estilo de la británica, la holandesa, la sueca, etcétera. También allí publica su primera novela Perromundo. Coincidimos con nuestro autor que el mejor escritor no es el que escribe de forma que sus lectores adivinen lo que él oculta y desafíe las capacidades cognitivas del público. El verdadero autor es alguien que escriba clara y de forma inteligible para las masas. También de acuerdo con nuestro favoritismo con Jorge Luis Borges, gran maestro de la literatura latinoamericana, aunque a veces este autor argentino producía textos crípticos.

Otra parte muy interesante de las memorias es el recuento de los congresos de intelectuales, en especial el de París, donde los exiliados cubanos y grandes intelectuales repudiaban al régimen castrista, al mismo tiempo que el aparato de inteligencia castro comunistas trataba de sabotearlos y difundir falsas imágenes sobre el exilio cubano. También me llamó poderosamente la atención, como lector venezolano, el hecho señalado por CAM de que Alejo Carpentier (cubano casi francés) le redactara los discursos (o algunos, estimo yo) al dictador Marcos Pérez Jiménez. Por cierto, mi padre Héctor Esteves Llamozas, conoció personalmente a Alejo Carpentier porque este novelista le hacía la publicidad al Banco Nacional de Descuento, donde mi padre ejercía como vicepresidente.

Otra parte de estas memorias donde nos impresiona intensamente su lectura, fue el laborioso y largo proceso de excarcelación del disidente cubano Armando Valladares, quien estuvo en la cárcel en silla de ruedas. Bajo la intervención de François Mitterand, entonces presidente socialista de Francia, Fidel Castro ordenó su liberación, pero primero bajo un tratamiento de rehabilitación para  hacerlo ‘presentable’.

Adicionalmente, nos ha espantado la historia no tan secreta de CAM sobre los agentes especiales de la inteligencia cubana como un funcionario que se adiestró en Bulgaria para contaminar con isótopos radioactivos a determinados enemigos del régimen para posteriormente murieran de cáncer. Nuestro autor cita varios casos de personas que tuvieron participación activa contra el régimen, como uno que participó en la brigada 2506 (la que invadió en Bahía de Cochinos) y posteriormente murió de cáncer.

Otra historia felizmente relatada en este libro es la de cómo también nuestro escritor logró poco a poco crear la Unión Liberal Cubana, y también apoyar firmemente las ideas del liberalismo del sigo XX y XXI, en este punto:

“El liberalismo, que defendía la libertad, por encima de todos los valores, tenía ante sí una nueva tarea: la defensa de la libertad del consumidor, la libertad del empresario frente a los excesos de los burócratas  y la voracidad contraproducente del fisco”.

Dentro de este proceso, nuestro autor nos cuenta su gran amistad con Mario Vargas Llosa, sus éxitos y su fracaso al tratar de ser presidente de Perú.

Hemos tratado de hacer un buen resumen de tantos temas e historias que trata el memorialista en tantas páginas. Tampoco, es una sola vida la que cuenta nuestro autor, son muchas, tanto de héroes como de villanos. No queremos finalizar estas líneas sin felicitar al escritor por la bella familia que ha conseguido formar y levantar, sobre todo, en tantos años de exilio, viviendo en varias naciones y trabajando intensamente por la libertad plena de Cuba. Una vida que vale la pena imitar, que siempre se ha distinguido en el trabajo y la lealtad a los amigos y sobre todo a las ideas. Vale la pena leer por lo menos dos y tres veces esta biografía escrita en primera persona y en primera fila en los combates por la libertad y el derecho de todos para progresar económicamente.

SIN IR MÁS LEJOS, de Carlos Alberto Montaner. Editorial Debate. Penguin Random House, EEUU, 2019.

 

 

 

 

 

 

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