La barriada popular de Petare vivió varios días bajo las ráfagas de ametralladoras disparadas por interminables horas en medio de enfrentamientos entre bandas criminales.

Si colocáramos una cámara que registre desde muy alto los acontecimientos relevantes de las últimas semanas, podríamos corroborar que Venezuela hoy en día es una sociedad en estado de descomposición en donde nada de lo que alguna vez fue convivencia democrática y proyecto de prosperidad ha quedado en pie.

El nuestro es un territorio dominado por la barbarie. En el centro del mapa hace quince días ocurrió la masacre de medio centenar de detenidos en la Cárcel de los Llanos, en Guanare, que llena de dolor a las familias de las víctimas y de estupor a los organismos de derechos humanos.

Unos días después, en la capital de la República, como si de una escena de película de guerra se tratara, la barriada popular de Petare vivió varios días bajo las ráfagas de ametralladoras disparadas por interminables horas en medio de enfrentamientos entre bandas criminales. Queda en evidencia que en Venezuela existe un poder de fuego —fusiles de guerra, granadas, pistolas y municiones de alto calibre— en manos de civiles que pone en absoluto
entredicho el monopolio de la fuerza que deberían tener los organismos de seguridad del Estado.

Por los mismos días, más al norte, la faja costera central servía de escenario a una supuesta invasión comandada
por mercenarios estadounidenses, destinada a derrocar a Nicolás Maduro, cuya puesta en escena recordaba más
una ópera bufa que una acción militar de alta inteligencia internacional. Otro hecho falseado que lesiona aún más
la credibilidad del gobierno y salpica de ambigüedades los liderazgos de la oposición y el gobierno interino presidido por Juan Guaidó.

Igual, por occidente, las caravanas de venezolanos emigrantes que desde hace semanas atraviesan la línea fronteriza, regresando hambrientos y derrotados de Colombia, crecen exponencialmente arribando ya, según los cálculos más prudentes, al monto de veinte mil retornados.

Todo esto ocurre mientras la hiperinflación, que había logrado desacelerarse por la falta de dinero efectivo, regresa con más fuerza; el desabastecimiento de gasolina para el consumo interno y la crisis del servicio de electricidad se hace crónica en todo el país y, como corolario, el número de venezolanos detenidos por las policías políticas crece al mismo ritmo que los contagios del Covid-19.

Como en algunos relatos de García Márquez, Venezuela es una nación secuestrada por una cúpula de militares con apoyo de civiles de ultra izquierda. Pero la operación es cada vez más confusa y errática. Y secuestradores y
secuestrados, victimarios y víctimas, captores y sometidos, padecemos juntos el estado de descomposición. Sólo la
esperanza de que el secuestro termine mantiene con vida la idea de un país quealguna vez podrá comenzar de nuevo.

Publicado originalmente en Ávila Monserrate. www.avilamonserrate.com.

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