Un momento, ¿y la falta de sueño no es una de las epidemias concomitantes que trajo el coronavirus?

¿Lavarse las manos diez veces al día? No tan rápido, estimado Poncio.

Los clichés sobre el presente y el futuro solían decir que las artes sirven para poco, por no decir que para nada, pero entonces llegó de visita don Covid-19 —¿para quedarse seis meses, un año, año y medio?— y las vidas de todos dieron una vuelta en U. El espectro de un respirador empezó a figurar en el futuro potencial de cualquiera, menos de los niños, y la mitad de las costumbres se fueron al traste. La mayor parte de la gente con algún excedente económico —ahora en muchos casos amenazado seriamente— solía irse de farra, a un restaurante en la ciudad o en el campo, o salía de viajes cortos o largos. Alguno metía un libro en la maleta por no dejar, con una alta probabilidad de que regresara con el marcador en la misma página o unas pocas más adelante. A los niños o jóvenes que se entusiasmaban con la literatura les preguntaban con preocupación: “¿Es que quieres morirte de hambre?”. “Sí”, respondía el iluso con la afición encendida.

Pensemos ahora en la cuarentena, o cuarentenas, que llegaron sin que nadie las invitara. ¿Cómo soportarlas sin libros, sin películas ni series de televisión, sin música? Los periódicos llegan flaquitos y se despachan en un suspiro, menos los domingos. Las conversaciones telefónicas con amigos y familiares, que duran a veces hasta una hora, ¿llenan de verdad? Mucha gente está aprendiendo a cocinar y esa es una ganancia, aunque los almuerzos y las cenas que duran toda la tarde o toda la noche son un invento… de la literatura. Alguien propone jugar al bridge o algo parecido. Ok, pero resulta que en familia eso es aburrido cuando no imposible. ¿Manotón? Nooo. Asimismo estaban los deportes, aunque ahora que no son en vivo y en directo muchas personas caen en la cuenta de que un partido viejo es como el pan de la semana pasada. Si uno ya sabe qué pasó y cómo termina, el partido no apetece y solo atrae a los enfermos de cada deporte.

¿Escuchamos entonces los cuartetos completos de Beethoven? Buena idea, si bien para gozarlos se requiere de una cultura musical que no todo el mundo tiene. ¿Una serie de televisión? Las hay magníficas y vaya que su consumo está disparado, pese a que eventualmente saturan. Ah, entonces están los vilipendiados libros. Es cierto que involucran una parte del cerebro y de la atención que mucha gente pone en cuarentena con frecuencia. Incluso algún sueño producen en las noches. Un momento, ¿y la falta de sueño no es una de las epidemias concomitantes que trajo el coronavirus? Además, un buen libro propone paseos por caminos y mundos que se pueden seguir explorando mentalmente cuando uno ya lo ha cerrado. Toda una receta para perderse en el laberinto de los sueños.

Lo anterior tiene un problema. A quienes de un modo u otro nos dedicamos a producir revistas y libros nos tienen hace años en una dieta extrema que ahora, por si las moscas, está arreciando porque nadie quiere gastar nada por miedo al futuro. Así que muchos proceden también a lavarse las manos, sin considerar lo baratos que son los libros o las revistas. ¿Acaso no recuerdan cuánto costaba salir un sábado a un restaurante campestre o una noche a rumbear? Lo mismo que dos, tres, cuatro suscripciones anuales o que diez, doce, quince libros, dependiendo del título.

En fin, allá usted, querido lector, si nos quiere apoyar o no. Eso sí, ya tendrá ocasión de echarnos de menos si no lo hace.

andreshoyos@elmalpensante.com

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