El escándalo es apenas una nota gris al pie de página de una obra extensa, inquieta, disfrutable como pocas.

Y finalmente se publicó A propos of nothing (algo así como A propósito de nada). La autobiografía de Woody Allen, tan esperada, había sido anunciada y luego rechazada por la editorial Hachette, subsidiaria de Grand Central Publishing, por un quítame aquí este acoso. Afortunadamente Arcade Publishing, una firma independiente, con menos alcurnia y un poco más de audacia, aprovechó la oportunidad al vuelo.

El libro, que se lee de una sola sentada, abunda en una actitud creativa que desde sus comienzos ha sido la misma. Allen es, antes que una persona, un personaje. Lo ha tallado desde el libreto de sus primeras películas como actor (alguien recuerda ¿Qué pasa Pussycat? ¿O el caótico primer Casino Royale en la que encarnaba a Jimmy Bond, frente al gigante Orson Welles haciendo de Le Chiffre?). Pasado a la dirección y antes de que la cuarta edad lo alcanzara, siguió cultivando esa imagen de perdedor inteligente y lúcido, capaz de hacerse abofetear por la realidad, con el objetivo de dejar en claro, antes que su punto de vista, su irrelevancia frente al mundo. Allen se presenta como tímido, ocurrente, esquivador de conflictos, culto y poco pagado de sí mismo.

Esta actitud es la columna vertebral de su historia porque echa el cuento de su vida y no deja pasar oportunidad de empequeñecer sus méritos. Sostiene no ser un hombre culto, no haber visto tanto cine como uno cree, descreer de algunos maestros (a ese pecador no le gusta el Ser o no ser de Ernst Lubitsch, cosa que solo puede perdonársele a Woody Allen) y dice ser un clarinetista mediocre (el éxito de sus conciertos parece desmentirlo). El movimiento, no por inteligente, deja de ser intragable para sus detractores, porque el personaje de Allen siempre bordeaba el papel de víctima (que lo era) inocente (no tanto, o más bien, para nada). Su falsa modestia y su confesa neurosis pone al desnudo a la persona, pero cabría una precaución. Ninguna autobiografía respeta la realidad. No es un libro de confesiones, sino un libro para ser leído por otros. Si la vemos como lo que es, es decir, otro trabajo de ficción más, el movimiento completa al personaje que Allen ha venido encarnando todas estas décadas. Debiera ser considerada una apostilla a su obra.

Apostilla muy disfrutable por cierto porque su historia es entretenidísima, desde una infancia tristona con una madre autoritaria y un padre tarambana y jugador, y un hogar disfuncional del cual se defiende con una curiosidad omnívora, un amor desmesurado por el show business y una férrea voluntad de trabajo. Lo que lo salva es no tanto el humor, sino su capacidad de inventar y vender chistes a cómicos al principio mediocres, hasta llegar a los clubes de comedia, de ahí a la televisión y luego al cine. La película respeta en general la cronología y es una inmejorable excusa, en estos tiempos de cuarentena para revisar algún título olvidado. Por supuesto que entre los recuerdos se cuelan sus mujeres que, como en algún otro cineasta casanova (uno piensa en Franςois Truffaut), cumplen un papel importante en el entramado creativo. Y algún chiste que bordea la incorrección: “Los judíos tenemos un acuerdo con Dios, pero ¿por qué no lo pusieron por escrito?”.

Pero las masas quieren sangre y es inevitable la referencia al escabroso asunto Farrow. En los ochenta el director se empata con Mia Farrow y, según su confesión, no ve las bengalas rojas de su personalidad. Mia viene de una familia con notorios antecedentes psicopáticos, se ha transformado en una adoptadora serial de niños desvalidos y si bien no se casan ni viven juntos establecen una relación creativo afectiva que agrega varios títulos de interés a su carrera. Todo marcha bien hasta que, en 1992, el director seduce a su actual esposa, la coreana Soon Yi Previn, hija adoptiva de entonces 23 años de Mia. Y para decirlo en francés all shit breaks loose, y Allen es acusado por Mia de abusar sexualmente de otra hija adoptiva, Dylan, de entonces 4 años. La tormenta eventualmente pasa, el caso ni siquiera llega a juicio y cinco años más tarde Woody y Soon Yi se casan, adoptan dos hijos, ahora universitarios, y comen perdices. Hasta que el único hijo biológico de Woody y Mia, Ronan (originalmente Satchel) Farrow es uno de los periodistas que destapa el asunto Weinstein y en un libro sobre el tema, Catch and kill (Caza y mata), vuelve a traer a la luz el tema del abuso a Dylan. Allen vuelve a ser blanco de todos los ataques, los cuales repercuten en sus proyectos. (Su última película, Un día lluvioso en Nueva York, aún no ha sido estrenada en Estados Unidos. Ningún distribuidor quiere correr ese riesgo). Los actores, algunos de los cuales le deben su carrera, reniegan de él y, dato para este caso, las editoriales no quieren publicarlo. La realidad se ha encargado de ajustar cuentas con esa víctima autorretratada en su obra.

El caso editorial es un  síntoma de lo enfermo que está el mundo. Con un simple clic uno puede comprar libros tan abominables como Mi lucha o los Diarios de Goebbels, pero un artista de indudable relevancia es objeto de lo que a todas luces es censura previa. Dicho en otras palabras, los seguidores del gran Woody Allen no tenemos derecho de leer sus memorias por infundios de su ex esposa y dos de sus hijos. Un detalle no menor. Los cargos de los que se le acusa no han podido llegar a otro tribunal que no sea el de la opinión pública. Que, como se sabe, antes de pronunciarse se levanta la venda no ya para ver, sino para olfatear de qué lado sopla el viento. Probablemente este sea el punto más bajo del libro. El escándalo es apenas una nota gris al pie de página de una obra extensa, inquieta, disfrutable como pocas. No merece tanto espacio en un documento de excepción sobre la vida creativa de un director de estos kilates.

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