Por si fuera poco ahora nuestros niños confinados carecen de referencias.

Uno de los peores aspectos de esta cuarentena que nos ha tocado vivir es la de el proceso educativo interrumpido. Ya era deficiente nuestro proceso tanto en primaria como en bachillerato.

Ya hace mucho tiempo que en el interior del país los maestros no llegan a dar clases por falta de transporte, que los niños asistían en masa porque les daban el almuerzo, pero cuando la comida faltó dejaron de ir. La educación y el aprendizaje se ubicaban en último plano de interés. Ya se echaba en falta aquellos maestros que tuvimos la suerte de tener. Aún conservo en algún lugar de mi biblioteca un texto escrito a máquina y quizá reproducido en esténcil de mi maestra de cuarto grado, Erika Anelli, en el cual insistía que fuera cual fuera el oficio o profesión que eligieras, tenías que ser el mejor, porque de eso se trata el compromiso con tu vida. Compromiso que entonces se hacía extensivo a tu país. Nuestro país.

El maestro era un líder, un ejemplo para el niño, para la familia, para la comunidad. Crecimos en un país de oportunidades. En la educación pública se hablaba de zonificación, lo cual significaba que tu colegio o centro de formación debía estar cerca de tu casa, por un tema de transporte, de comodidad para el estudiante, los padres y la organización comunitaria. Los que estudiamos bajo el amparo de la educación privada teníamos profesores guías, tenías a quien admirar y respetar, podías elegir aun cuando tuvieras que responder a las pruebas de actitud vocacional a las que te sometía el Ministerio de Educación, en la búsqueda de que no perdieras el tiempo y el Estado no perdiera recursos.

De pronto todo cambió, el maestro tan respetado dejó de serlo para convertirse en uno más del montón. Se acababa la meritocracia y con ello además de perderse el interés en la formación se perdía el interés por trabajar en una profesión mal pagada y nada reconocida. Recuerdo cuando hace unos cuantos años, en esos programas educativos que siempre hemos desarrollado como parte de los programas que llevamos adelante en comunicación estratégica, la directora de un colegio condicionó que el equipo de fútbol de la unidad educativa que tenía tres años quedando en los primeros tres puestos de una copa financiada por la empresa privada, participara a cambio de una alfombra para su oficina. En ese momento asumí que todo había cambiado y que las inquietudes, destrezas y participación de aquellos niños ya no importaban.

Por si fuera poco ahora nuestros niños confinados carecen de referencias. Cuántas personas se han detenido a pensar en cómo resarcir este daño, que en nuestro caso significa descender por un pozo sin fondo. En el mundo entero se han generado programas concretos para enfrentar la situación, al punto que hay quejas de padres que se ven sobrecargados al tener que enfrentarse al teletrabajo y a las tareas del sistema de educación a distancia. Si hay este tipo de quejas es porque hay programas con los cuales se debe cumplir. Entre tanto, en nuestro país la educación pública invita a dar un paso adelante a través de la televisión. Un programa en el que escuchamos a una maestra asegurar que la Central Hidroeléctrica Guri surte de agua todo el país. Es entonces cuando revisas el pasado y entiendes todo lo que hemos perdido, pero más duro es pensar en el futuro, porque un país sin educadores es un país que se sume cada día que pasa en la ignorancia. Una sociedad ignorante es una sociedad sometida.

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