La llamada crisis actual o pandemia, además del lógico pánico, ha supuesto para una inmensa parte de la población de este rotante planeta, un enfrentamiento, digamos que brutal, con eso que llamamos tiempo.

Tengo 60 años leyendo y viendo cine, y sin embargo cuando me enfrento a la lista de cosas no vistas o no leídas que me gustaría conocer, me digo a mi mismo, el tiempo no te da. Y no es que me falte en el día a día, sobre todo en estos períodos de cuarentena, sesentena u  ochentena, o suma y sigue.

Eso que llamamos la vida diaria, que actualmente se nos va detrás y dentro de computadoras móviles, mal llamadas teléfonos, o de las otras, las de escritorio, que son iguales pero más grandes, nos facilita muchas cosas, pero nos impide otras.  Todas tienen relojes, pero el tiempo se nos va entre las manos.

La llamada crisis actual o pandemia, además del lógico pánico, ha supuesto para una inmensa parte de la población de este rotante planeta, un enfrentamiento, digamos que brutal, con eso que llamamos tiempo.

La rutina mata el tiempo, o mejor dicho lo diluye. Pero el parón nos lo confronta.  ¡Ajá! Y vamos a ver, qué voy a hacer con todo este tiempo libre, y ahí la mayoría se trastoca, se vuelve loca. No sabemos usar el tiempo, tenemos muchos años matándolo.  Y todo asesinato tiene sus consecuencias.

En los años sesenta del siglo pasado, unos escritores ingleses titularon una obra de teatro Stop the world, I want to get off (Paren el mundo que me quiero bajar), posteriormente muchos han usado esta frase, pero el problema actual es que el mundo se paró, y no nos podemos bajar.  Y no nos queda otra que apechugar, un gran verbo.

Contrariamente a lo que muchos piensan que esta crisis va a cambiar el mundo, yo no lo creo tanto.  El mundo es y será una porquería, decía el tango y aunque esa sentencia no la creo absoluta, algunas manifestaciones actuales me lo reafirman, como aquella en España, donde un trabajador médico se encontró con la gratísima sorpresa de ver escrito en su vehículo estacionado en el edificio donde vive, la maravillosa frase: “Rata contagiosa”. ¿El que escribió eso es un ser humano o lo que estaba era autoidentificándose como “rata contagiosa”? Y ahí sí que no hay nada malo, porque humano que digamos no es.

En mi país existe un dicho absolutamente descriptivo: “deseos no preñan”. Y por más que creamos e invoquemos todos los favores divinos, cualesquiera que sea el divino invocado, pienso que no va a pasar nada.  Nada importante, nada trascendental, en un par de años con la vacuna activada y el planeta volviendo a dar vueltas después del parón, la economía, el individualismo, el sálvese quien pueda, seguirá su curso.  Ojalá me equivoque.

Pero aquellos que descubrirán la vacuna deberán, entonces, abocarse a encontrar unos superespermatozoides y unos superóvulos que puedan fecundarse y empezar a producir seres donde lo que prevalezca sea la HUMANIDAD, así en mayúsculas.

 

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