Es por ello exótico que basándose en premisas tan frágiles la gente, experta o no, saque conclusiones y haga predicciones con semejante facilidad, las cuales, si uno las mira en retrospectiva, no hacen más que contradecirse de una semana a la siguiente.

Y digo bien “defenestrada” porque en este año de 2020 la credibilidad salió arrojada por la ventana de un octavo piso como si fuera un fino e imperfecto jarrón de cristal, saltando hecha pedazos contra el andén.

La premisa mayor de esta historia admite poca discusión. Nunca antes la humanidad había tenido tanta gente educada e informada, ni existían más expertos en cuanta disciplina que ahora. O sea que, ojo, no hablo de los tontos de capirote que uno conoce y que nos producen una leve sonrisa cuando dicen que el cielo es verde. Hablo de quienes saben cosas y tienen experticia, claro, en territorios por lo general limitados.

El único antecedente de veras comparable con la actual crisis es el de la gripa española de 1918-1920, con la aclaración de que en ese entonces no se sabía casi nada de contagios y pandemias. La medicina estaba en pañales. En lo económico, los precedentes oscilan entre los muy malos de 2007/2008 y los catastróficos de 1929. La gripa española, también muy contagiosa pero mucho más letal, parece que justamente mataba más rápido que el Covid-19, cuya peor característica es que puede esconderse en una persona sin síntomas durante diez días o más, atrapando ilusos por el camino.

Es por ello exótico que basándose en premisas tan frágiles la gente, experta o no, saque conclusiones y haga predicciones con semejante facilidad, las cuales, si uno las mira en retrospectiva, no hacen más que contradecirse de una semana a la siguiente. ¿Qué pasó con respuestas sencillas como “no sé”, “eso no es predecible”, “imposible saberlo”? Pasó que hay pocas cosas más desprestigiadas en la actualidad que la duda, a pesar de que fue el origen de buena parte de la filosofía más novedosa e interesante de la historia. Sócrates dijo: “solo sé que nada sé”, y vaya que esa duda primordial puso a andar especulaciones fructíferas de todo tipo. Claro, las religiones no dudan sobre la existencia o bondad de sus dioses y por lo mismo tuvieron el efecto contrario.

¿A qué se debe la drástica oscilación de las opiniones de hoy? Uno suele saber si al opinar sobre un tema una persona va a dar una versión optimista o pesimista, escéptica o crédula, porque los conoce. En contraste, ahora abundan por todas partes las opiniones de gente que uno no conoce y las cuales no es posible calibrar.

Por lo tanto es indispensable aplicar a las explicaciones que nos llegan en torrente una suerte de principio de precaución. Doy un par de ejemplos entre miles: que la cloroquina y la hidrocloroquina sí. Que las cloroquinas no, que mejor el remdesivir o el plasma de alguna persona recuperada. Nada de eso se ha establecido con certeza, a pesar de que uno entiende que una persona desesperadamente enferma quiera que le apliquen tratamientos experimentales por no dejar. Y, ¿se recuperará la economía en 2021 o nos va a tomar décadas salir a flote? Tampoco se sabe. Ni siquiera hay un estimativo de la duración de la epidemia, según el país, y sobre una posible reincidencia. ¿Es seguro aflojar un poco la cuarentena pronto? No está claro, aunque sí lo está que se deben multiplicar las pruebas a sintomáticos y asintomáticos por igual, y hacerlo GRATIS.

Una cosa sí se puede afirmar sin titubeos: Colombia no va tan mal y podría ir mucho peor. Ojalá ahora no les entre por dar virajes irresponsables.

andreshoyos@elmalpensante.com

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