Comparte en tus redes
Roma
Cleo bajo el abrazo de sus seres queridos en circunstancias de dolor y de recuperacón.

Hay una escena fundamental en Roma que sintetiza —al final de un plano general secuencial— la idea medular del nuevo film de Alfonso Cuarón. Es cuando Clea se lanza a las olas del mar para rescatar a dos de los niños que ella cuida. Ella —que no sabe nadar— no solo los salva sino que también se salva a sí misma, en medio de su dolor más íntimo. Luego —siempre en el mismo plano secuencia— en la arena se encuentran Clea, los cuatro niños y Sofía, la madre de los chicos. Todos se abrazan, como buscando refugio ante el mundo exterior. Un abrazo que surge desde la memoria del realizador mexicano. Dos mujeres de diferente condición social abandonadas por sus respectivos hombres y cuatro criaturas que buscan el amparo femenino. Un microcosmos afectivo que permanece en el recuerdo.

Roma se mueve entre dos ejes. Por un lado, la vida de Cleo (la magnífica Yalitza Aparicio), la indígena mixteca que lleva adelante el enorme caserón de la familia en la colonia Roma de Ciudad de México, a principios de la década de los setenta. Ella es la primera en levantarse para despertar a los críos y llevarlos al colegio y la última en acostarse para apagar las luces de ese hogar. Cleo es testigo y a la vez partícipe de todo lo que sucede en esa morada inmensa. Por el otro, los recuerdos de su infancia que Cuarón convirtió en un relato personal filmado en blanco y negro. El mismo barrio donde creció en una situación familiar similar. Es un viaje de retorno sin un puerto aparente. La cámara se pasea por zonas que hoy ya no existen o existen de otra manera. No hay casi ningún primer plano. El realizador prefiere los planos generales que integran personajes y situaciones. Sus encuadres son pensados y filmados al milímetro para alternar el drama personal con el contexto histórico y social.

Ubicada al final de 1970, la película comienza con una larga secuencia de limpieza de Cleo en la entrada de la casa. El agua refleja los chorros que vuelan por encima. Agua y más agua, siempre presente a lo largo de una narrativa que recoge la lluvia, el mar o la ducha como factores de expresión de un fluir incesante. A lo largo de doce meses, el dueño de la casa se muda y abandona a Sofía, Cleo es seducida y también abandonada por su novio, y ella y su empleadora Sofía (Marina de Tavira) se enfrentan a las consecuencias de estos eventos. Mujeres sin hombres. Pero también suceden hechos que pertenecen a la historia de un país, como el ‘Halconazo’, el 10 de junio de 1971, cuando un grupo de paramilitares asesinó a líderes estudiantiles en medio de una protesta contra el gobierno. Allí están las calles de una Ciudad de México muy bien reconstruida, con gran cuidado estético. También las fiestas decembrinas en dos clases sociales diferentes y con finales distintos. Cuarón se mueve entre lo íntimo y lo social con un extraño equilibrio muy contenido, muy pensado.

Se puede apreciar como un film de memorias, aunque nunca esa condición se hace explícita. Simplemente se sienten los recuerdos de una ciudad en evolución, donde aún pasan los amoladores de cuchillos o la banda marcial atraviesa la calle como una costumbre más. En ese barrio llamado Roma pareciera que no pasa nada pero sí pasan muchas cosas. Sobre todo se hacen presentes dos mujeres distintas que comparten un espacio familiar desde ópticas diversas. Pero de ambas la más importantes es Cleo, con sus enormes ojos de indígena que todo lo observa y todo lo asimila con desconcierto y sorpresa. Como cuando descubre que su novio es uno de los pistoleros que asesinan estudiantes. Cuando se encuentra en la cama del hospital viendo un pequeño cuerpo inerte. Cuando advierte su dimensión en una cotidianidad que ve pasar en el cielo un avión anónimo. Ella es la que conduce la trama y permite la intimidad entre el espectador y el personaje. Ella es el recuerdo más importante de esa colonia Roma que se desdibuja.

¿Qué hay del Cuarón que no entendía a Dickens cuando se atrevió a filmar Grandes esperanzas? ¿O del que lanzó a la fama a Joel García Bernal y Diego Luna en Y tu mamá también? ¿O el que aterró con el drama distópico a apocalíptico de Los hijo del hombre? Ni hablar de Harry Potter y el prisionero de Azkaban. Hay muchos Alfonso Cuarón. Curiosamente, Gravity —aparentemente muy distinta— es su obra más parecida a Roma. Una y otra mujer, en medio de su soledad, ya en el espacio, ya en sus emociones.

La película está dedicada a Libo, es decir, a Liborio Rodríguez, la nana indígena del propio Cuarón, a quien solicitó su permiso para producir el film. Al fin y al cabo, Roma es ella de principio a fin y desde la perspectiva de un creador muy particular.

ROMA, México y EEUU, 2018. Dirección y guion: Alfonso Cuarón. Producción: Nicolás Celis, Alfonso Cuarón y Gabriela Rodríguez. Fotografía: Alfonso Cuarón.  Montaje: Alfonso Cuarón, Adam Gough.  Director de arte: Eugenio Caballero. Elenco: Yalitza Aparicio, Marina de Tavira, Marco Graf, Diego Cortina Autrey, Carlos Peralta, Daniela Demesa, Nancy García García, Verónica García, Latin Lover, Enoc Leaño, Clementina Guadarrama. Distribución: Séptimo Films.

About The Author

Deja una respuesta