Los hombres que no amaban a las mujeres 2

Dos personajes cruzan medularmente Los hombres que no amaban a las mujeres, partiendo de puntos distintos y planeando de manera conjunta sobre la búsqueda de una chica desaparecida hace 36 años que se convierte en la radiografía del mundo del poder en la Suecia contemporánea. El veterano periodista Mikael Blomkvist, caído en desgracia, y la joven investigadora Lisbeth Salander, solitaria y misteriosa, cruzan los hilos dramáticos de un juego que comienza con el envío de una rara flor, cada primero de noviembre de todos los años, y da la vuelta a la corrupción financiera, mientras uno y otra intentan desmadejar sus propias y enredadas existencias individuales. Detrás de ambos surge un panorama humano que sostiene la trama de la novela de Stieg Larsson que abrió la trilogía más exitosa de la literatura sueca, devenida en auténtico best seller en todas las lenguas posibles. Y tiene con qué.

El primer título de Mellennium —nombre de la trilogía, referido a la revista donde trabaja Blomkvist— posee la virtud de combinar buena literatura con una trama de suspenso que logra construir un edificio narrativo impecable —a pesar de la sesgada  y localista traducción peninsular que subestima el español que hablamos en el resto del mundo— sobre la base de mucha investigación documental y mucha novela negra bien sazonada de la mano de un periodista económico que saltó a las letras de ficción con un éxito que no llegó a disfrutar porque, como se sabe, murió en 2004 poco después de entregar el tercer capítulo a la editorial sueca Norstedts y poco antes de publicarse el primero. Ironías de la vida. Un hombre muere a los 50 años por un infarto al corazón después de librar batallas periodísticas contra la violencia, el racismo, la corrupción política y financiera y el resurgimiento de grupos nazis. Una vida que parece una novela. Se afirma que Mikael Blomkvist tiene mucho de Stieg Larsson, lo cual no debe sorprender a nadie, sobre todo tratándose de un periodista. Más bien me gustaría saber sobre quién se inspiró para confeccionar el personaje fascinante y sorprendente de Lisbeth Salander, la jovencita tatuada, casi esquelética, con piercing en varios lugares de su cuerpo. Una inadaptada social, huraña y distante, capaz de planear el envenenamiento de su odiado tutor legal hasta encontrar la mejor venganza, mientras deslíe las pasiones y misterios de una familia en decadencia y se enamora de un imposible.

En realidad son dos historias que marchan paralelas hasta que la decisión del escritor las junta. Por un lado, Blomkvist trata de levantarse a duras penas después de un severo revés judicial, tras haber fracasado en su denuncia contra un poderoso especulador financiero, publicada en su revista Millennium, a cuya jefatura debe renunciar. Lo cual lo conduce a aceptar el encargo del empresario Henrik Vanger de averiguar qué pasó con Harriet Vanger, sobrina del anciano hombre de negocios, desparecida 36 años antes sin dejar rastro alguno. A partir de esta situación dramática se desarrolla su historia de revancha y amor propio que lo conduce a elaborar la biografía de un empresario, de su grupo industrial y, he aquí lo mejor, de una familia disfuncional, donde las mujeres juegan y han jugado papeles fundamentales y han padecido del odio de los varones Vanger. Por algo el título original de la novela, en sueco, es Los hombres que odiaban a las mujeres. Personajes femeninos agredidos por seres monstruosos. Relatos de misoginia y discriminación. Pero en la vida de Blomkvist hay otras mujeres. Como su ex esposa, su hija y su amante histórica.

Por el otro curso de la novela, Lisbeth echa adelante una humanidad de poco más de cuarenta kilos mientras se gana la vida investigando la vida de los demás. El punto de inflexión es que la chica está sometida a un régimen de dependencia legal a un tutor con actitudes sádicas. Casi iletrada, Lisbeth desarrolla una inteligencia intuitiva y observadora que le permite deducir los más extraños laberintos de la conducta humana, incluidos los de los hombres de la familia Vanger. Es una chica que desconfía de los varones, de sus apetencias, de sus prepotencias, de sus instintos básicos. Lisbeth es un personaje a contracorriente, nada romántico ­—en el sentido limitado del término— y mucho menos normal. No hay normas que la dominen.

Ambos personajes llevan vidas afectivas y sexuales muy particulares, en las que las convenciones sociales o religiosas no tienen mayor importancia. Blomkvist lleva adelante su relación con Erika Berger —su amante, socia y coeditora, a su vez casada con un artista— de una manera abierta, no posesiva, mientras se sumerge en las sábanas de Cecilia Vanger o en los propios huesos de Lisbeth Salander. Ésta, a su vez, parece ser víctima de una sexualidad misógina aunque su afectividad está siempre bajo protección, incluso al final. Ella asume su erotismo más grato y espontáneo de forma casi desapasionada. Son personajes que investigan y follan, que fisgonean y follan, que deducen pistas y follan. Eso sí, todo lo hacen con el aporte de la tecnología de punta: celulares, Internet. iBook, escáneres de diverso tipo, Photoshop y demás.

Entre ambos universos se ubica la sociedad sueca y sus contradicciones. Acabo de leer un informe de Transparencia Internacional, en Berlín, que ubica a Suecia en el cuarto lugar de los países menos corruptos, antecedida solamente por Singapur, Dinamarca y Nueva Zelanda. Un puesto muy privilegiado en la honestidad de sus funcionarios y empresarios. Imagínense que Venezuela se encuentra en el puesto 162. Pero en esa Suecia casi impoluta suceden cosas fuera de las consideraciones de limpidez. Tanto en el campo de Blomkvist —el gran periodismo, las grandes empresas, las grandes familias— como en el de Salander —las historias mínimas, las vidas marginadas, los ciudadanos de a pie, como está en boga decir ahora— las irregularidades se repiten con cierta frecuencia. Desde el funcionario común hasta los capitanes de empresa. Pero donde más carga la mano Larsson es en la definición de la familia como depositaria de tantas miserias como sea posible enumerar. Tal vez el escritor exagere, pero es evidente que necesitaba de ciertas taras para construir el suspenso de su relato.

Porque desde sus primeras páginas la novela de Larsson mantiene un clima de suspenso que se sustenta en un conjunto de revelaciones que alteran la lógica secuencial hasta un final devastador en dos sentidos: en el de la justicia y en el de los afectos. El gran motor de una de las historias en Henrik Vanger, quien solicita y estimula la investigación sobre el paradero de Harriet Vanger, pero alrededor de su figura se edifica una familia preñada de secretos y misterios donde intervienen personajes oscuros como Martin Vanger, impulsor de las conductas más condenables. Pero más allá, en el terreno de lo público, se ubica Erik Wennerström, responsable de un fraude gigantesco contra empresas del Estado. Enemigos distintos, distantes, de motivaciones diferentes, pero siempre encarnaciones del sentido del mal.

Historia de dos personajes principales, Los hombres que no amaban a las mujeres merece el sitial de ventas que ha disfrutado en sueco, inglés, alemán, francés y ahora español. Constituye la sabia combinación de calidad literaria con interés comercial. Estoy listo para leerme La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, segundo y tercer tiempo de Millennium. Por lo pronto, me entero que se acaba de estrenar la adaptación cinematográfica del primer capítulo. La veremos.

LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES. MILLENNIUM 1  (Män som hatar kvinnor. Millennium 1) de Stieg Larsson, Ediciones Destino, colección Áncora y Delfín. Barcelona. Primera reimpresión en Venezuela por Editorial Planeta Venezolana, 2009. Traducción de Martin Lexell y Juan José Ortega Román. 665 páginas.

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