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El fantsma de la oposición 2
Aprecio la unidad como una especie de fantasma que evoca momentos mejores de nuestra historia.

El escenario es una conversación entre amigos sobre la terrible situación que vive Venezuela en todos los órdenes. Llegamos al tema inevitable de la frágil unidad de la oposición. Recojo, entonces, varias frases de Tulio Hernández: «No se puede hablar de fortalecer a la oposición venezolana porque sencillamente no existe. No hay oposición venezolana. Sus miembros están muertos, presos o huyendo de la represión, muchos en el exilio, otros en el ejercicio precario de su actividad política, cada cual por su lado, a la desbandada, pensando simplemente en sobrevivir. La mejor jugada del gobierno ha sido destruir a la oposición». Todos los demás pusimos caras de estupor.

Palabras contundentes, cargadas de dolor, que pueden despertar el debate o generar posiciones encontradas, pero que expresan la desventura de las fuerzas políticas que intentan rescatar la democracia en Venezuela. A pesar de la severa crisis económica que padece el país, del grave deterioro de la salud pública, de los miles de asesinados por la inseguridad personal, de la trágica emigración de una población desesperada, del aislamiento internacional del gobierno, de la destrucción de Pdvsa, de las sanciones anunciadas a uno y otro lado del Atlántico, el régimen de Nicolás Maduro no cae. Parece mentira. Otro amigo, Ramón Muchacho, advierte cada día desde su exilio que la dictadura venezolana no tiene salida legal. Los hechos le han dado la razón.

Maduro permanece en el poder —es un hecho—  pero no porque sea un adversario político formidable ni porque haya desarrollado un talento especial sino porque la oposición ha sido ineficaz por no decir mediocre. Cuando ha clamado un triunfo real —las elecciones parlamentarias de 2015 o las firmas masivas del 16 de julio de 2017 o las grandes movilizaciones de la última década— casi de forma inevitable se ha dedicado a destruir sus logros. Sus distintas vertientes no han entendido —más allá de la retórica— el valor de la unidad. Voluntad Popular, Primero Justicia, Acción Democrática —por solo nombrar tres organizaciones— van en pos de sus objetivos sectarios. Si algo le conviene a VP es casi automático que PJ se oponga. Y al revés. AD responde a los intereses de Ramos Allup y no a los de un partido histórico. Para beneficio de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y la banda de delincuentes que nos gobierna.

Hubo un momento en que la MUD representó la esperanza de la oposición. Se articuló como una federación de partidos para construir la fuerza unitaria pero, como todos sabemos, se limitó al campo de los electoral. Sus organizaciones no llevaron adelante su activismo en el plano sindical, estudiantil, vecinal, gremial, como habían hecho en otros tiempos AD, Copei, URD y el PCV. Es decir, cuando habían confeccionado un tejido social para sus propuestas políticas. Los de ahora son partidos frágiles, aislados unos de otros, sin conexiones reales con las expresiones organizadas de la sociedad civil. Viven de elección en elección, sin participar en las luchas cotidianas de los ciudadanos. Por eso sigue existiendo una marcada tendencia hacia la antipolítica, lo cual es terrible y nos impide avanzar. Pero la responsabilidad de esa antipolítica reside en las fallas de los propios partidos políticos. El liderazgo hay que ganarlo en la calle, en la universidad, en los sindicatos, en el parlamento, en la opinión pública, etcétera.

¿Reemplazar la MUD —que no existe en la práctica— por un Frente Amplio por la Libertad de Venezuela? No lo tengo claro. Es evidente que se requiere una plataforma unitaria y una dirección política más allá de las elecciones. Pero no la vislumbro. Tampoco su liderazgo. Todos sabemos que hay quienes se han jugado el pellejo ante la represión o que andan huyendo desesperadamente o que están presos, pero también hay quienes se han prestado a los intereses del gobierno. Es vox populi.

Otro amigo, Gerver Torres, trinó en Twitter: «Se va haciendo cada vez más claro que antes de comenzar la reconstrucción del país, tendremos que dedicarnos a reconstruirnos nosotros mismos como oposición y fuerza democrática».

Después de los fracasos de los diferentes diálogos y de las diversas elecciones, se torna imprescindible formular una alianza como la que surgió de la Junta Patriótica que acabó con la dictadura de Pérez Jiménez. El 23 de enero de 1958 se llevó a cabo una acción política que involucró a los miembros de la resistencia —dentro y fuera del país— junto a la Iglesia, un sector de los militares… y el Departamento de Estado de EEUU, que aventuraba una nueva postura hacia las dictaduras del Caribe: Rojas Pinilla en Colombia, Pérez Jiménez en Venezuela y Batista en Cuba.  En plena Guerra Fría nada se hacía en esta área al margen de EEUU.

¿Quiénes pueden sellar esa alianza hoy? Una dirigencia madura que asuma la necesidad de unir la lucha cotidiana de los ciudadanos con la imprescindible ayuda internacional. Porque la actual es una neodictadura en la que las salidas institucionales —que muchos preferiríamos— no son posibles. Hasta que no entendamos esto no podremos superar esta tragedia.

Aprecio la unidad de la oposición como una especie de fantasma que evoca momentos mejores de nuestra historia, como si fuese una película de Luis Buñuel. No todos la quieren. Pocos la logran. Pero no podremos sobrevivir sin ella.

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