Henry Ramos Allup, Leopoldo López y Henrique Capriles
Henry Ramo Allup, Leopoldo López y Henrique Capriles.

Una pregunta que me hace un amigo extranjero resume de alguna manera la tragedia actual –en su arista política- que atraviesan los ciudadanos venezolanos. Una cuestión que puede responderse solo si tomamos en cuenta lo sucedido en la política criolla desde la inconstitucional y fraudulenta elección de la Asamblea Narco Cubana, el 30 de julio de 2017; la pregunta es la siguiente:

¿Cómo es posible que un presidente-dictador, que desprecia y se burla diariamente del desastre económico, social y sanitario que sufren millones de compatriotas, que protagoniza la peor crisis económica y de corrupción en un país con las mayores reservas de petróleo del mundo, y que es rechazado encuesta tras encuesta por un abrumador porcentaje de ciudadanos, gane tres elecciones consecutivas en poco más de cuatro meses?

La última, elecciones municipales celebradas el 10 de diciembre a las cuales llamaron a la abstención casi todos los partidos políticos opositores. El gobierno obviamente ganó la mayoría de las alcaldías (vale la pena mencionar que en tres emblemáticos municipios opositores de Caracas —Chacao, Baruta y El Hatillo— se lanzaron candidatos anti-chavistas con apoyo de los vecinos y ganaron claramente), con una inasistencia de votantes que según el Consejo Nacional Electoral estaría por 50%, pero que el sentido común —y el visual— indican que debe haber superado 80%.

Para una posible respuesta a la pregunta del amigo no basta con señalar que el actual CNE, apalancado jurídicamente por el Tribunal Supremo de Justicia chavista, esté implementando todo tipo de trampas y de ventajismos, por muy importantes y significativos que sean. Por ejemplo, el hecho de que a raíz del evidente fraude electoral cometido el 30 de julio, el gobierno haya decidido, a plena luz del día, no solo refinar el garrote clientelar que castiga día tras día a centenares de miles de ciudadanos, crecientemente —y obligadamente— convertidos en mendigos del régimen, o la trampa electrónica —reconocida por la propia compañía suministradora por años del hardware y del software electoral— o la perversa práctica de las migraciones de centenares de miles de votantes a centros muy lejanos a su zona de residencia. Todo ello de parte de una tiranía que ha hecho siempre del fraude electoral una institución fundamental para el latido del corazón chavista.

Es necesario, no obstante, ver la otra cara de la moneda, el otro lado oscuro de la política venezolana, hoy carente de claridad: la conducta opositora.

Dos palabras podrían definir los actos de la antigua alianza unitaria, hoy desmembrada, dividida e implosionada: anarquía y silencio.

La anarquía la inicia el presidente de Acción Democrática (AD), Henry Ramos Allup, el otrora presidente de la Asamblea Nacional, en aquel año que hoy luce tan lejano, un año lleno de esperanzas ciudadanas, el 2016. El día siguiente del ya mencionado fraude electoral del pasado 30 de julio —el mayor en la historia de América Latina, según Luis Almagro— Ramos no solo evita profundizar en la única narrativa posible opositora, y que se reflejaba en la prensa del mundo, la nueva derrota ética y política del régimen al inflar en millones su resultado electoral, sino que incluso anuncia que su partido, AD, participará en las próximas elecciones a gobernadores convocadas por la dictadura.

Las mayorías opositoras no entendían qué estaba pasando. Y nadie explicó nada.

Ramos Allup abrió una caja de Pandora que aún no se ha cerrado, ya que allí se consolidó el primer gran quiebre de una oposición que a pesar de los pesares se había mantenido unida, porque sabía muy bien que sin unidad no hay victoria final posible. Una pregunta todavía sin respuesta es ¿por qué Ramos Allup no quiso debatir el espinoso asunto de las elecciones regionales dentro de la Mesa, y se lanzó por su cuenta? Inmediatamente se produjo una desbandada general, con algunas organizaciones apoyando la postura de Ramos, y otras negándose a hacerlo. El resultado es harto conocido, con Acción Democrática celebrando la victoria en cuatro gobernaciones, para que sus cuatro militantes victoriosos luego decidieran traicionar la lucha opositora al arrodillarse frente a la ANC chavista. Mientras, el otro gobernador vencedor, ejemplo de dignidad, Juan Pablo Guanipa, legalmente electo gobernador del estado Zulia, quien se niega entonces a legitimar a la ANC, es prácticamente abandonado a su suerte por los partidos y destituido por el régimen, para que luego Manuel Rosales, un antiguo ex-gobernador, sospechosamente habilitado por el TSJ para que pudiera inscribir su candidatura a una nueva e ilegal elección, se lanzara de forma oportunista, traicionera e inmoral a la captura del cetro, habiendo previamente, claro, reconocido la supuesta legitimidad de la ANC. ¿El resultado de la única elección a gobernador realizada el pasado domingo 10 de diciembre? Una impresionante abstención zuliana que consagra la merecida derrota de Rosales que, junto con otros líderes de su partido, Un Nuevo Tiempo, ha sostenido posiciones blandas y cooperadoras frente a la dictadura.

Al día de hoy la anarquía no solo no ha sido solucionada, sino que incluso se ha abierto aún más, ante otro tema espinoso: las negociaciones con el gobierno en República Dominicana, las cuales no solo no han llegado a nada, sino que incluso han llevado al chavismo a una vez más negarse a aceptar ayuda humanitaria, o a que Nicolás Maduro y Jorge Rodríguez repitan una y otra vez que en Venezuela no habrán nuevas elecciones hasta tanto se eliminen las sanciones internacionales contra el régimen. ¿Las más recientes afirmaciones de Maduro? Que los partidos que llamaron a la abstención en las elecciones municipales no pueden participar en futuras elecciones, y que espera que en el futuro para votar se use el Carnet de la Patria, documento identificatorio gubernamental que funge como mecanismo de control y manipulación de los ciudadanos, en especial para la adquisición de bienes como alimentos, etc.; su uso se está extendiendo poco a poco, sin pausa.

Estas inmensas grietas han producido asimismo la dolorosa división de la oposición en la Asamblea Nacional.

La anarquía y el desencuentro se dan incluso dentro de los propios partidos; tomemos como ejemplo inicial a la Democracia Cristiana, Copei, que desde años está dividida en dos frentes grupales irreconciliables, y que han logrado el milagro inaudito de reducir poco a poco una corriente otrora poderosa nacionalmente, que todavía tiene miles de simpatizantes, todos ellos frustrados por la carencia de liderazgo, ya que el que existe está encerrado en un microcosmos de ambiciones y pleitos por el poder interno. O el propio partido de Leopoldo López, Voluntad Popular, donde dos de sus dirigentes más connotados —ambos fueron destacados dirigentes estudiantiles— discreparon sobre participar o no en las elecciones municipales, con los siguientes argumentos:

“A veces hay que sacrificar un peón para ir por la reina”, justificó el diputado Freddy Guevara (a favor de la abstención). Su copartidario Yon Goicoechea lo contradice: “Si frustramos más a la gente, si confundimos más al electorado, en las presidenciales ganará Maduro, no porque hiciera trampa, sino por incapacidad para conducir la mayoría que somos”. 

Y en esta absurda confusión estratégica, comunicacional e incluso moral que sufre la dirigencia, el ciudadano de a pie no sabe cuál significado le dan los líderes partidistas a palabras como dignidad, legitimidad, unidad, constitución, voto o dictadura.

Cuando no ha sobresalido la anarquía, lo único que ha existido es un clamoroso silencio de parte de los jefes partidistas. Un silencio que sobre todo se hace notar mediante el olvido e irrespeto que su conducta ha mostrado estos últimos meses ante la decisión de más de siete millones de venezolanos el pasado 17 de julio, en un hermoso acto electoral en el cual respondieron afirmativamente estos puntos:

Primera pregunta: ¿Rechaza y desconoce la realización de una constituyente propuesta por Nicolás Maduro sin la aprobación previa del pueblo de Venezuela?

Segunda pregunta: ¿Demanda a la Fuerza Armada Nacional y a todo funcionario público obedecer y defender la Constitución del año 1999 y respaldar las decisiones de la Asamblea Nacional?

Tercera pregunta: ¿Aprueba que se proceda a la renovación de los poderes públicos de acuerdo a lo establecido en la Constitución y a la realización de elecciones libres y transparentes, así como a la conformación de un gobierno de unión nacional para restituir el orden constitucional?

Hoy, el silencio opositor solo ha beneficiado a una dictadura que está desesperada por legitimidad, y paradójicamente al borde de la quiebra financiera total. Un silencio que además evita asumir un debate claro sobre las diferencias en el seno opositor y que olvida que los mejores logros que ha tenido la Unidad derivan de la capacidad que han tenido los partidos en ponerse de acuerdo a pesar de las diferencias.

Para colmo, la mayoría opositora en la MUD (Acción Democrática, Voluntad Popular y Primero Justicia) llamó a la abstención, pero luego, muda, silenciosa y quieta, no hizo nada por explicar a la ciudadanía el porqué de la no asistencia electoral —a fin de cuentas, esa es la postura del Grupo de Lima, del Secretario General de la OEA, y de la UE— perdiendo una ocasión importante de pedagogía política. Es por ello comprensible la actitud de varias comunidades vecinales que sin guía ni conducción por parte de los partidos hizo a un lado el llamado abstencionista y se lanzó por su cuenta a la defensa de sus espacios municipales. En palabras del analista Luis Vicente León, por Twitter:

“Si la institución principal de la oposición decide no participar en un evento convocado por otra institución que considera ilegitima, lo normal, lo esperable, lo racional era que lo hiciera una bandera de lucha y convirtiera el ausentismo en símbolo de su lucha. Pero eso no pasó.

La oposición salió a las municipales sin un planteamiento claro para sus bases. No se inscribe pero no reivindica el símbolo de no votar. No puede parar a sus múltiples líderes locales (a su vez divididos) y los partidos coquetean con apoyos velados. Un pastel comunicacional.

El resultado entonces en las municipales es el peor para la oposición en cualquier evento electoral realizado en la era chavista. No se reivindica la deslegitimación del proceso y se abandonan los espacios municipales, fundamentales para el soporte de base de la oposición.”

Las encuestas reflejan con claridad el actual estado de cosas: el último Venebarómetro muestra que la aprobación de Maduro ha subido de 24% a 31%; la evaluación negativa de la MUD, en cambio, aumentó de 46,1% a 65,7%. ¿Los partidos opositores? Ninguno alcanza 9% de apoyos, y sumados, apenas llegan a 25%, frente a 30% del PSUV.

¿Y Henry Ramos Allup? Es el precandidato presidencial más impopular del país, incluyendo a cualquier posible candidato oficialista.

Publicado originalmente en http://americanuestra.com/villasmil-elecciones-anarquia-silencio/

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