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PARO CÍVICO 20 DE JULIO
Las calles de Venezuela estuvieron vacías.

Escribo, mientras el silencio de las calles se impone, ensordecedor, y solo es interrumpido, esporádicamente, por el ruido de una moto que sortea las barricadas que se ven desde mi ventana. Barricadas que se multiplicaron en cada esquina, y que bloquearon la movilidad de quienes ese día, por distintas razones, tuvimos que salir a las calles.

El día del paro cívico convocado por la MUD cumplí con mi deber periodístico de informar. Es mi aporte —el que hago todos los días detrás de los micrófonos— para vencer esta censura que nos quiere imponer el régimen. Era mi obligación. Es el derecho que tenemos todos los venezolanos libres, que aún creemos en la democracia: tenemos que estar informados. Como periodistas, es nuestra la responsabilidad comunicarle a la ciudadanía lo que está pasando, ofrecerle las otras caras de la noticia, esas que son opuestas a la que transmite el canal 8 o la que pretende divulgar el desgobierno con sus propagandas. Y esta aclaratoria la hago para quienes consideraron que, el 20 de julio, hasta la información, también, debía estar en paro.

El jueves, Caracas y las más importantes ciudades del país, amanecieron en silencio. Despertaron con el sinsabor de los anuncios de Tibisay, quien intercambió roles con el ministro de la Defensa Padrino López, para brindar el parte sobre los focos de violencia. Y con la incomodidad que provocó —aunque algunos les cueste reconocerlo— el acuerdo de gobernabilidad anunciado por Ramos Allup.

Son tiempos complicados. Tan conflictivos que no pueden cometerse errores por ambiciones políticas o negociaciones a espaldas de una sociedad civil que ha dado el todo por el todo, y que es la única que ha puesto la sangre y los muertos. Los venezolanos queremos cambio, y es una exigencia que quedó demostrada luego de la Consulta Popular del 16 de julio. No fueron diez, ni mil los votos que obtuvimos el domingo de la Consulta: fuimos casi 8 millones de venezolanos —aunque me han llegado datos que indican que el número fue mucho mayor— que rechazamos la Asamblea Nacional ‘Destituyente’ que pretende realizar Nicolás. En este momento, no podemos ser blandos ni complacientes: tenemos que luchar y exigir la reinstitucionalización del país, retomar el hilo constitucional y rescatar la democracia. Lo que está en jaque es nuestra libertad. Somos mayoría y nuestros intereses, que son los de toda una nación, deben estar muy por encima de los grupúsculos de ambos bandos que solo aspiran mantenerse en sus cargos.

Los que se autoproclaman líderes de las oposiciones tienen que entender que la sociedad civil está muy clara con sus exigencias. Las negociaciones y las aspiraciones presidenciales —y de cualquier otro cargo de elección popular— deben quedar a un lado en este momento. Es la hora de apartar los egos y pensar en Venezuela. Analistas y politólogos que hablan de la salida de Maduro —así como plantearon la de Chávez, en su momento— han venido advirtiendo, desde hace ya bastante tiempo, que grupos de dirigentes opositores le hacen el juego al régimen, porque le facilitan la permanencia en el poder. Bañan al régimen de legalidad con cada elección que le aceptan o con cada postergación de decisiones y actuaciones que están en nuestra Constitución. No estamos exigiéndoles nada que no esté escrito en nuestra Carta Magna. ¡Hagámosla cumplir!

Llevamos más de cien días en rebeldía y resistencia. Ha sido tanta la resistencia que es la propia sociedad civil, en más de una ocasión, la que ha dictado la pauta de la protesta. La que no ha dejado que la calle se enfríe ni que nuestros muchachos asesinados sean olvidados. Hoy la historia nos convoca hacia una gran encrucijada: los venezolanos tenemos que decidir, motus propio, si enrumbamos la barca hacia la libertad y la democracia, o si nos dejamos atrapar por el comunismo dictatorial cubano. La encrucijada es, quizá, el instante de pausa que hoy nos brinda esta hora cero que la mayoría de los venezolanos acatamos.

Mientras reviso todos los medios a mi alcance por los que podemos mantenernos informados, y leo los comentarios que me hacen llegar mis fuentes, me topo en las redes sociales con un poema escrito por la nicaragüense Gioconda Belli, y que tituló Huelga:

Quiero una huelga donde vayamos todos.
Una huelga de brazos, piernas, de cabellos,
una huelga naciendo en cada cuerpo.

Quiero una huelga
de obreros, de palomas
de choferes, de flores
de técnicos, de niños
de médicos, de mujeres.

Quiero una huelga grande,
que hasta el amor alcance.
Una huelga donde todo se detenga,
el reloj, las fábricas
el plantel, los colegios
el bus, los hospitales
la carretera, los puertos.

Una huelga de ojos, de manos y de besos.
Una huelga donde respirar no sea permitido,
una huelga donde nazca el silencio
para oír los pasos del tirano que se marcha.

@mingo_1

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