Mi hijo solo camina un poco más lento
Una familia tomada por la rutina y marcada por un hecho: Branko, poco a poco, ha ido perdiendo su motricidad. Ya no usa muletas, ahora está obligado a andar en silla de ruedas.

Una mirada a la puesta en escena de Mi hijo sólo camina (un poco) más lento, escrita en el 2010 por Ivor Martinic, con una puesta en escena en Venezuela* a cargo del Grupo Deus ex Machina. Y un elenco integrado por Diana Peñalver, Manuelita Zelwer, Gabriel Agüero Mariño, Fernando Azpúrua, Verónica Arellano, Rafael Monsalve, Shakti Maal, Fabiola Reyes, Pedro Alván, Daniel Henríquez y Julián Izquierdo Ayala, conducidos por Rossana Hernández.

* Mi hijo sólo camina (un poco) más lento, se ha presentado en Argentina, Uruguay, México, Paraguay y Brasil, siendo declarada por la Unión Europea (sede Uruguay) como “la mejor obra representada en América” en 2016.

La familia, escuela primera para el aprendizaje de los elementos sutiles que nos ayudarán a convertirnos en persona y a reforzarnos como grupo social. Espacio amable o terrible —según sea el caso— para entender, al paso de los años, que existen muchas formas de quererse, que la ternura puede llegar a ser tangible y que el maltrato no sirve para nada.

Una vez alguien las llamó funcionales o disfuncionales, según el caso. No creo que funcionen. Funcionan los aparatos. Nosotros, los seres humanos, actuamos y lo hacemos al son de la música primera que suena en el hogar… Aunque parece que a cada cual le ‘funciona’ su familia y le hace ‘funcionar’ como ser social. En todo caso, el meollo parece estar en que allí, junto a los primeros pasos y los primeros balbuceos, allí en la familia vamos aprehendiendo y aprendiendo un abecedario, un alfabeto para movernos en el mundo en términos más o menos equilibrados… Y así, sumando familias, tenemos grupo social, tenemos sociedad, tenemos país, países, el mundo, ¡el universomundo! La familia, eje primero, fecundante, retoño floreciente del amplísimo follaje que somos.

¡Cada familia es tan inédita! ¿Verdad? Son tan diversamente variopintas sus respectivas realidades. Se parecen entre ellas, cierto, ¡pero cuánto se diferencian unas de otras! Hay un tramado de relaciones, de tradiciones, innovaciones, logros y fracasos, sueños. ¡Hay un universo en cada familia! ¡Cada familia es un caso!

Cada uno de sus miembros gravita en un espacio delimitado, en su nicho, su entorno, en ese, su país más inmediato. Allí, el orden o el desorden; allí, la cordura o la locura; allí, lo lúdico o lo chato; allí, lo trágico o lo cómico; allí, lo rutinario o lo inusual; allí, lo racional o lo emocional ¡O mejor! Allí, el orden y el desorden; allí, la cordura y la locura; allí, lo lúdico y lo chato; allí, lo trágico y lo cómico; allí, lo rutinario y lo inusual; allí, lo racional y lo emocional. Allí, la familia ¡Cada familia! Ciertamente, nadie escoge a la familia donde viene a parar, pero en lo que sí probablemente podemos coincidir y hasta estar seguros es que esa sí será una relación hasta que la muerte nos separe.

Las familias pueden ser patriarcales o matricentristas —como nos ha enseñado a mirar el Padre Alejandro Moreno.

Pueden ser más democráticas, en donde las decisiones son colegiadas, acordadas, implementadas en las acciones cotidianas con los pactos de la mamá y el papá ¡y hasta con la intervención de otros miembros de la familia, incluyendo a hijos, hijas, abuelos, abuelas, tíos, tías, cuñados y aquel gentío…!

Hay familias en las que se escucha: ¡Esto es así, porque aquí mando yo! En las que el mando es vertical, impositivo, intrusivo y con consecuencias que suelen ser terribles, en las que todo mundo termina con heridas de madre o lesiones padrísimas por las que luego habrá que pagar altas cuentas psicológicas o de psiquiatra…

Hay familias donde la madre, el padre o alguno de sus integrantes sufren de algo, una enfermedad terminal, un mal crónico, un mal paso de la cabeza, un trastorno de las emociones, una dificultad de por vida… En casos así, ese miembro de la familia se convierte en una especie de sol negro. Un astro alrededor de quien confluyen los otros… como planetas, como satélites, como aerolitos o como estrellas a la deriva…

Soles negros por los que alrededor —a veces momentáneamente, a veces siempre— gravitan nuestras cortas vidas sin saber cómo hacer con ese astro, cómo vivir, cómo convivir y hasta cómo iluminarse con ese astro que absorbe tan gravemente y que les vuelve a todos en la familia como una especie de saco de gatos.

De la familia y un sol negro es que nos viene a contar Ivor Martinic con su pieza Mi hijo sólo camina (un poco) más lento, un drama íntimo, profundo y hermoso sobre el derecho a la ternura, con sus pesares y sus alegrías, sus aventuras y desventuras. Una historia acerca de una familia, un retoño de país, un país, el país más inmediato de cada cual ¡Y de cómo lo toreamos!

Y en esta lidia escénica, familiar, confluyen bellamente varias generaciones venezolanas de actrices y actores que, en conjunto, lucen como un abrazo fraterno. Ana, una abuela entrañable que despacha gestos y frases enternecedoras junto a contundentes palabras gruesas desde la voz y la presencia planetaria de Manuelita Zelwer. Mía, una madre sufrida y amarga que se nos hace mayor en su sufrimiento desde la belleza universalmente suya de Diana Peñalver. Rafael Monsalve es Robert, pater baptismata, el padre lavado —como lo son todos los personajes masculinos de esta historia familiar. Branko, el hijo enfermo, el sol negro, puesto ahí en la persona de Fernando Azpúrua —quien se alterna con el otro talentoso Gabriel Agüero. Shakti Maal encarna lindamente a Doris, la hija menor, quien ya tiene su novio: Tim, desarrollado por Julián Izquierdo Ayala. Rita es la escandalosa hermana de Mía con una Verónica Arellano potente, risueña, contagiosa de sus locuras y sus gracias, en contraste calamitoso con su esposo Mijael, caracterizado por Daniel Henríquez. Branko también tiene a Sara, su destemplada novia, que encuentra cuerpo acertado en la graciosa persona de Fabiola Reyes. Pedro Alván hace de Oliver, un abuelo a quien parecieran llevar los vientos de la voz potente de la abuela Ana.

Rossana Hernández se ha fajado como toda una gran madre para poner en escena a esta familia, este universo imaginado por el joven dramaturgo croata Ivor Martinic ¡quien probablemente estaría muy contento al ver su pieza en escenario venezolano! Como seguro ya estará contento al apreciar cómo, siete años después de haber sido escrita, su pieza se ha convertido en un fenómeno mundial traducida a más de veinte idiomas y galardonada con más de veinte premios, entre ellos el Golden Laurel Award en el Festival MESS de Sarajevo, la Asociación Croata de Artistas Dramáticos y el Premio Marul.

Una casa que se cae, con muchas lámparas que parecieran no terminar de iluminar plenamente. Una familia tomada por la rutina y marcada por un hecho: Branko, poco a poco, ha ido perdiendo su motricidad. Ya no usa muletas, ahora está obligado a andar en silla de ruedas. Él quisiera pasar inadvertido, sobre todo hoy cuando cumple veinticinco años, pero habrá fiesta y todos estamos invitados a su cumpleaños. Una celebración familiar como para abrir el camino de la negación a la aceptación.

Un completo equipo de producción resuelve tras bastidores: Nikolina Zidek se ha ocupado de la traducción del texto; Shonny Romero asiste en la dirección; Armando González se ocupa de los detalles en campo, Alejandra Lovatón y Eliana Fernández asisten también en la producción de la escena; Elvis Chaveinte de nuevo saca veinte en el diseño de la escenografía; Raquel Ríos se ha ocupado solventemente del vestuario; Ángel Pájaro de la iluminación; Eliú Ramos ha compuesto el tema principal; Taba Ramírez ha puesto sus toques coreográficos; de los videos está a cargo Rino Arreaza; de los videos promocionales Shakti Maal y Fabiola Reyes; del diseño gráfico Edmundo Bianchi; Patrizia Aymerich de los medios y la prensa; la propia Rossana Hernández, junto a  Claudia Valladares se han puesto al frente de la producción ejecutiva.

Todos juntos hacen posible nuestra admiración por Mi hijo sólo camina (un poco) más lento, una mirada amable al milagro de vivir en familia, como para que cada quien se quiera más a sí mismo.

Mi hijo sólo camina (un poco) más lento la podrán apreciar en el Teatro Trasnocho, los viernes a las 8:00 pm, los sábados y domingos a las 7:00 pm. Las entradas pueden adquirirse en las taquillas del teatro y en www.trasnochocultural.com.

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