Facebook
Cuando me incorporé pocos días atrás al Facebook, un viejo amigo, académico de filosofía y gran poeta, me saludó con quirúrgica precisión: “bienvenido a la gruta narcisista”.

Con luminosa anticipación, el duque de La Rochefocauld advirtió en el siglo XVII que muchos no se hubieran enamorado si no hubieran leído antes la palabra Amor.

Tres siglos mas tarde, Franz Kafka observaba que el empleo de mensajes postales debe haber cambiado mucho la humanidad, la carta influye en el que la recibe, pero también en el que la escribe porque cambia la relación consigo mismo. Nada prueba mejor esta sospecha que la transformación que suscita la nueva tecnología de la comunicación.

Voltaire o Rosseau ilustran la vida pensada del siglo XVIII, mucho mas que la vivida. La maravillosa novela de Choderlos de Laclos, Las relaciones peligrosas, un encaje tejido por cartas y esquelas, trasmite en cambio con fidelidad la marea de la vida y el espíritu de su tiempo. El zeitguest (que definía esforzadamente Hegel) no derivaba tanto de conceptos o ideas, como de estas pasiones escritas que tramaban la sensibilidad social de la aristocracia. También las pantallas actuales nos configuran a su manera. Se advierte un nuevo sentido del tiempo, de la espera, del otro, y una superficie anímica más móvil, líquida e indiferenciada. En ciertos casos, como el asesino de Cleveland que montaba en Facebook sus asesinatos, permite coaligar los impulsos de terribles fantasmas inconscientes con la exaltación de los videos. Ya el fenómeno de los trolls, esos feroces críticos insidiosos que cría el comentario digital, había mostrado el aumento de la agresividad en el masivo anonimato. Las mismas pasiones de las barras bravas del fútbol se desatan en este ámbito sobre las percepciones del otro. Es posible que las imágenes cautiven tanto que susciten una reacción destructiva a ese sometimiento. Lo cierto es que algunos fenómenos de criminalidad, bullying, y solitarias planificaciones terroristas, parecen muy articuladas con la pantalla de Internet.

Las ultimas teorías del aprendizaje nos indican que el Qué, sostén tradicional de las definiciones, también confluye y deriva del Cómo. El creciente uso de algoritmos para cualquier actividad señala hoy la predominancia del Cómo sobre el Qué. Ese Qué ha dilapidado mucho pensamiento metafísico, pero también organizó el sentido histórico de lo humano. La comunicación centrada en el Cómo, lo fragmenta, a veces lo pulveriza, y luego queda sobreseído. No obstante,la ausencia no es impune, tanto la sociedad como el individuo necesitan, además de instrumentarse, recapitularse y desplegar un sentido de la vida y el tiempo.

Investigaciones psiquiátricas, psicológicas y sociológicas advierten trastornos anímicos vinculados con la tecnología digital. Aparte de las adicciones a Internet, que ya son tratadas con internamientos intensivos en China, y terapias convencionales en casi todos lados, se ha registrado una suerte de depresión Facebook. Aunque es un instrumento de comunicación múltiple, este medio desata los más inquietantes fenómenos narcisistas relacionados con el exhibicionismo. Envidia deriva de videre, el mal de ver a otros, e incluso la popular superstición del mal de ojo también sostiene esa etimología. La mirada en pantalla esta magnetizada por la puja del éxito, porque aquellos que muestran están acechados por el volcánico temblor de la autoestima, y el resultado de la escalada puede ser un doloroso ascenso de celos,envidia, y depresión.

Cuando me incorporé pocos días atrás al Facebook, un viejo amigo, académico de filosofía y gran poeta, me saludó con quirúrgica precisión: “bienvenido a la gruta narcisista”. Considerando su saber filosófico, aquellas sombras de Platón también podían estar esperando en esa cueva. Mi primer impresión confirmaba la suya, pero también la agrandaba. Era como una enorme juguetería, tan grande que se podía jugar adentro y no volver a salir. El problema es que el juego se define contra la realidad, no sin ella. El desagüe de la sensibilidad de este amigo en los anaqueles móviles de la pantalla deja sin embargo un valioso testimonio. En la constante inteligencia de su poemario, Opera Prima, se transparenta su antagonista: “Hace tanto ruido en este tiempo/tanta palabra y tanta imagen/que el silencio es oro verdadero…”, pero quizás persiste por las razones de otro poema: “Unamuno fantaseaba/ que un dia la humanidad entera/llorando/saliese a la calle a gritarle a Dios/que la oyese (…) Hambre de inmortalidad tan dolorosa/que se permitía hasta el ridículo”.

Me impresionó advertir entre los miembros de la gruta muchísimos otros poetas, quizás por las razones de Unamuno o por ese costado estético del mismo Platon que la filosofía había chupado hacia la cueva. En este caso, eran también poetas venezolanos, y parecía un refugio de la actual intemperie. Rodeados de mensajes, fotos, noticias, exhortaciones y proclamas, se notaba más la delicada soledad, la ausente voz lejana, “aquella que hablaba como su alma”. Quizás nadie, como los poetas venezolanos, anticiparon y sufrieron espiritualmente con tanta piedad su desgracia histórica. Una vigorosa inermidad los habia protegido, en su mayoria, de los sortilegios tóxicos de la ideología y la corrupción de la conveniencia. Hoy, con el naufragio consumado, solamente la veracidad invicta de sus voces testimonian los restos. Un poemario de Igor Barreto, El duelo, emerge como la cola de un caballo enterrado cada vez que se piensa en los destinos vivos de ese país, no en el país, sino en la vida de su gente, y El país de Yolanda Pantin permite la geografía más cabal para entender, y El perdedor se lo lleva todo de Marta Kornblith, la profecía mas atinada del inminente apocalipsis, y el retorno de una memoria imposible en Jackeline Goldberg, ese presente trasmutado en pasado, y en dos versos de Fernando Rodríguez: “Un sueño sin vigilia no es un sueño/ Es algo diabólico,/ inimaginable”, la honesta desazón de todos. Esa veracidad de los poetas,  casi sin imprenta ni papel y sin soportes, sobrevive hoy en Internet como una civilización vencida.

Nada mas contrario al tumulto digital que los poetas de un país desaparecido, escondiendo el oro de los incas en el vértigo de estos sitios sin memoria. Ellos documentaron el esbozo de lo real en el jolgorio de máscaras. Cabe recordar que fue Paul Celan, una criatura similar, quién mantuvo su palabra y logró incumplir la profecía de Adorno sobre escribir después de Auschwitz. Sus versos fueron esenciales para saber algo del acontecer imposible; también fueron Mandelstam, Ajmatova, Brodsky, los que hoy permiten vislumbrar el estalinismo, esa gigantesca pesadilla sin durmiente.

La realidad, incluso agónica, pretende simbolizarse. El secuestro express, que tipifica la delincuencia venezolana, es el reflejo achicado del secuestro de todo un pueblo por su gobierno, las colas inclementes en los mercados, es también espejo de la espera infinita a la que somete un discurso utópico, el aluvional presente perpetuo del mundo digital también ilustra la desaparición del tiempo social fértil que pulsa una sociedad. La simulación y la mentira abre una pérdida de la realidad por erosión constante de la farsa, y deja como secuela una perdida del sentido de la vida. Y es sobre el tiempo de una narración cierta, y de una palabra verdadera, que se podrá reconstruir. Lo que en Venezuela comenzó con una frase terminará con una frase, como en las maldiciones bíblicas. Y si Facebook permite que estos poetas vuelvan a leerse, y aquel escapado de la marejada de fotos, videos y noticias, redescubra el viejo y esencial Qué, indicado por su peso en una palabra sustantiva, y pueda atisbar una primer sombra de su voz, hasta Zuckerberg podría perdonarse.

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