Memoria del silencio 1
Las actrices se adueñan de estas dos mujeres, como si llevaran una piedra en el pecho que no les permite entregarse del todo a la alegría.

Salir estremecido. Hacerte preguntas hacia adentro, que por lo general son las que resuenan con más fuerza. Sentir que habías dejado de ver, de comprender otro punto de vista, de vida; hasta la noche de esa epifanía cuando se apagaron las luces y te encontraste con tu sombra. Ahí frente a ti, venezolana, hija de una cubana que eligió este país con su corazón, una historia que no te es desconocida, porque también viviste la armazón de esas maletas que salían para la familia en Cuba, también supiste lo que significó que tu madre no pudiera ir durante casi 20 años a ver a los suyos, a llorar a sus muertos. También esperaste la alegría de reflejarte en otro, en ese sello de fábrica de los genes familiares.

Entonces la melodía de una forma de habla que has escuchado toda tu vida de la boca de tu madre; palabras que son risa y complicidad con Menchu (Lucrecia Baldasarre) y Lauri (Soraya Silveri), Robertico (Unai Amenábar ) y Lázaro (Carlos Domínguez), cuatro cubanos que se ocupan de sacudirte el alma con una historia hecha carne teatral. Cada uno en su acera, aun cuando están dentro de dos países —Cuba y Estados Unidos— son en sí mismos expresión de la compleja naturaleza humana frente al poder, el mito, el patriotismo y la vida. Exiliados en perpetuo tránsito, aunque ostenten otra nacionalidad.

Menchu y Lauri, hermanas separadas por el antes y el después que provocó la revolución cubana en más de un millón de cubanos, de tantos que salieron desde el 58 hasta el famoso episodio de Mariel, y siguen saliendo, son los disparadores de este conmovedor momento teatral. Pero también el país —y he ahí la fuerza de este trabajo— que se les fue a quienes se quedaron en Cuba y vivieron las expropiaciones, las partidas, la zafra y su fracaso portentoso de dos millones de promesas; la raza de vacas que crearía manadas de Ubres Blancas, la vaca emblemática de la revolución que produjo el primer Récord Guiness de la revolución cubana al alcanzar 109,5 litros de leche en un solo día. Pero también la campaña de alfabetización, los logros de salud, las hazañas del deporte; la persecución y exterminio de los homosexuales, la censura, los actos de repudio; la libreta de racionamiento; la crisis de los misiles y el periodos especial con sus 12 horas de apagones. ¿Quién es más cubana? ¿Dónde queda la patria: en la calle 8 o en El Vedado?

Su encuentro en los Estados Unidos, en Miami específicamente, suponemos que después del 92, cuando se abrió la posibilidad del envio de las remesas de familiares desde el exterior, y hasta de visitar la isla. Ese encuentro por esa minima rendija, hermanos separados por 90 millas, cuelan una visión de mundo. Dos islas, dos países.

Lauri, sale de Cuba al año del triunfo de los barbudos de la Sierra Maestra, temporalmente como tantos, hasta que pasara el vendaval de la revolución. Menchu, se queda en Cuba y junto a su pais enarbola la bandera de la esperanza. Para 1958, y quizá hasta la crisis de los misiles, la isla es una suerte de tierra prometida donde los pobres de solemnidad podrán cumplir su sueño de pan, educación, salud y deporte. Tiene hasta un islote para la juventud, que despertó la admiración de lideres democrátas del momento como Rafael Caldera. Ahí escuelas de Angola, Mozambique. Africa es el nuevo territorio a conquistar por el internacionalismo proletario. Angola será una nueva herida.

Arranca la marcha de la historia, Fidel tras la invasión a Bahia de Cochinos se declara marxista. Sobreviene el bloqueo de las relaciones económicas con los Estados Unidos, resultado de las expropiaciones, y comienza una guerra simbólica, y no tan fría, en la que el dolor y la muerte, aun pesan, más allá del apretón de manos entre Barack Obama y Raul Castro. Como dijera Virginia Aponte, directora del espectáculo y de la agrupación Ago Teatro: “Hoy la alta política está decidiendo el destino de esas Lauris y Menchus regadas por los Estados Unidos y las que se quedaron en Cuba”

Tal como reza el programa de mano y como afirma la autora de la novela Uva de Aragón que inspira la obra: “Escribir la novela Memoria del silencio, fue una experiencia liberadora que me preparó no solo para regresar a Cuba tras cuarenta años de exilio, sino para volver una docena de veces más con el corazón abierto, aunque nunca sanan del todo las heridas del desgarramiento y las ausencias. El tiempo perdido, aprendí, se recupera en la memoria”

El periodista Franklin Villanueva Lilue escribió apenas a una semana del estreno de esta pieza hace un año en el teatro Santa Fe.

-¿Qué tan distinta es mi vida cuando la veo desde tu ventana?
¿Quiénes sufren más, los que se quedan o los que se van?
¿Qué es la patria en realidad?
¿La calle dónde vives?
¿La iglesia donde bautizaste a tus hijos?
Una playa que recuerdas, de tu niñez.
¿Quién dijo que la vida, donde sea y como sea, nunca debe ser considerada un error?

¿Cuánto tienen por decirse dos hermanas que se separaron por un tiempo y terminaron viviendo 40 años como perfectas extrañas, apenas conectadas por fugaces llamadas telefónicas?

Las actrices se adueñan de estas dos mujeres, como si llevaran una piedra en el pecho que no les permite entregarse del todo a la alegría. La nostalgia les salta de las manos cuando topan con la infancia, con los sabores, con los olores, que tapizan la memoria. En un carrusel de emociones, donde no falta, el humor, se van tanteando, escuchando la una a la otra, en algunos momentos respondiendo a dentelladas, en otros, desde el lugar de la compasión y la conmoción profunda. La ideología, eso a lo que Carlos Marx llamaba falsa conciencia de la realidad, es la hoz que rebana vidas, afectos, corta en dos la historia, la tiñe de colores, de calificativos. Buenos o malos, patriotas-antipatriotas.

La obra es un tour de force donde la razón no está en ningún del lado de la Historia con mayúsculas, porque justamente esos grandes capítulos de los países están escritos por los pequeños seres cuyo tránsito se ahoga debajo de esas estatuas gigantescas. La ideología y el fervor revolucionario te lo piden todo a cambio de nada, de la sangre que corre con fe por tus venas.

Hoy supe algo más de esa memoria callada, de ese lazo intangible ¿imperecedero? que es el afecto. Hay que hablar-se, hay que decir-se, en la distancia los malentendidos pueden transformarse en odios. Hay que dejar de buscar culpables para que la otra mano, no termine de soltar la orilla, esa, la de la pertenencia, la de la raíz. La de un devenir común. Sin miedo. Hay que hacer de las heridas cicatrices y acariciarlas con cierta frecuencia, porque como bien dice la autora Uva de Aragón «sin memoria no hay país».

 ¿Cuánto dolor soporta el silencio? ¿Sirve realmente tener la razón cuando media el amor? ¿Cuantos países hay en el que se va y el que se queda?

Gracias a la autora del libro Memoria del Silencio, Uva de Aragón, y a la gran directora Virginia Aponte de Ago Teatro. A una por atreverse a hacer catarsis desde una historia cubana y profundamente universal; gracias a los actores por convertir esta isla,en preguntas sobre Venezuela, donde paradójicamente Cuba está tan presente desde hace mucho más de 16 años. Gracias por mostrar que de nadie son la exclusividad del dolor ni del desgarramiento. Y que la vida es lo que es la vida.

MEMORIAS DEL SILENCIO, adaptación teatral de la novela de Uva de Aragón. Dirección: Virginia Aponte. Producción: AGO Teatro. Elenco: Soraya Siverio, Lucrecia Baldassarre, Carlos Domínguez, Wilfredo García, Unai Amenábar y Agustín García. Sala Cabrujas de Cultura Chacao, en Los Palos Grandes. Viernes y sábados a las 7:00 pm, y los domingos a las 5:00 pm.

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