Sangre en el diván
Manrique lo revive en un personaje que supera al psiquiatra real, sin llegar a hacer una parodia de si mismo.

No he leído el libro, casi best seller de la periodista Ibeyise Pacheco que lleva por nombre Sangre en el diván. Algo en mi lo rehúye. Quizá sea que me plantea las mismas preguntas que me llevé al salir del teatro Chacao, donde recientemente se estuvo presentando la obra teatral Sangre en el viván, inspirada por el capitulo final del libro en su segunda edición, Delirio, que resulta de la reclusión del famoso psiquiatra en su domicilio. Tendido sobre el diván, a manera de tumbona, el personaje inicia el viaje con una frase estremecedora “Yo estoy bien, yo estoy muy bien” Y comienza a desatarse la madeja.

Me preocupaba no entender la obra teatral, el monólogo más bien, por no haber hecho la lectura correspondiente. El espectáculo se defiende por sí mismo. No necesita del relato anterior, aunque paradójicamente, no sería posible, sin este. Es el libro y es más que el libro. Es como el aria final de una ópera donde el personaje se expone con lente de aumento. Exhibe sin pudor su delirio de grandeza. Inevitable ver a otros delirantes, mitómanos en él. Es como una estirpe, que alcanza el clímax del rostro mesiánico que ha coronado al poder en nuestro país. Un rostro que se niega a envejecer, que simula, que se somete a cirugías que oculta enfermedades.

¿Quién acuesta a Chirinos en el diván? El país que se encarna en la sala de teatro. El país que asiste a su propia sesión de terapia.

Es Chirinos. Es decir: narcisismo, retórica, seducción, encantamiento, fama, mito, patología, sombra. Es grandilocuencia, exageración y afectación: teatro por tanto. Un personaje hecho a imagen y semejanza de si mismo. Una representación dentro de otra. Delirio de grandeza absoluto, gestado desde su natal Churuguara, estado Falcón.

La historia de Edmundo Chirinos se construye a lo largo de su prestigiosa carrera. Junto a su nombre, aparece el retrato de un país. De un sector de la intelligentzia venezolana. Como psicólogo y médico psiquiatra contaba con maestrías de Neuropsiquiatría y Psicologia Clinica en las mas reconocidas universidades del mundo: Londres, Oxford, Cambridge en Inglaterra, Marsella en Francia y Queens College en Nueva York. Y más, llegó a ser candidato presidencial en 1988, por el Movimiento Moral (Momo, ¿sería por el famoso rey?) con el apoyo del MEP y el PCV, y en 1999 miembro de la Asamblea Nacional Constituyente, donde presidio la Comision de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología, Deporte y Recreación. En 2006 hizo parte de la Mesa Técnica contra el crimen y la violencia. Ese prestigio algo magullado entre la élite intelectual por su cercanía al chavismo, terminó de desplomarse con el asesinato de una de sus pacientes, Roxana Vargas, en 2008.

En Delirio. Chirinos-Manrique da cuenta de la extraordinaria —hiperbolizada y delirante— biografía de un hombre “al que no supo valorar un país”. Detrás de ese delirio, tras el asesinato, se encontrarían mas de 1.200 fotografías de sus pacientes, casi todas mujeres, sedadas y semidesnudas.

El espectador enfrenta una doble sensación de empatía por la capacidad seductora de este león sin melena, dice uno, cuando detalla ese extraño look en el que el cabello llegó a ser suplantado por un bisoñé o a estar tan forzadamente halado para no permitir asomar la calvicie.

Pasé un año trabajando. Físicamente empecé hacer Pilates ocho meses antes del estreno. Acota Hector Manrique, cuando se le aborda acerca de la preparación, la aceptación de ese personaje en su psique.

El parecido físico con Chirinos es impresionante. El parecido con Chirinos lo deja a uno sin habla. No es imitación. Es mimesis. Es apropiación de los gestos, de la mirada, de esa voz atiplada, y afectadísima. Hasta de una sintaxis que deviene de su manera de concebir el mundo y expresarlo.

Lo más difícil para un dramaturgo es dar con la voz del personaje, es decir, como habla, como construye las frases, las ideas, eso que Cabrujas hacia como nadie. Cada uno de sus personajes tiene una forma particular de pensar. Eso es lo más complejo para un dramaturgo. En este caso al tener una transcripción exacta —de ese delirio— tenía esa voz, esa forma particularísima de armar su pensamiento y eso para un actor es oro en polvo a la hora de componer un personaje.

Manrique lo revive en un personaje que supera al psiquiatra real, sin llegar a hacer una parodia de si mismo. Es un personaje profundamente siniestro, y aterradoramente seductor. Un profesional reconocido. Y siempre al día con los tratamientos más novedosos de las patologías mentales. Empleaba electroshock.

«Me ayudó mucho el maquillaje, la especialidad, el no juzgarlo mientras lo iba armando sobre la escena fue esencial#.

El monólogo ambientado en un consultorio psiquiátrico tiene algo de post apocalíptico. En momentos provoca un estremecimiento donde se cruzan el asombro y el asco inevitable. ¿Cómo un personaje tan siniestro pudo encantar a tantos? ¿Cómo logró llegar a ocupar cargos de tanta relevancia pública y a aspirar a la primera magistratura del Estado?

Hector Chirinos-Edmundo Manrique, se adueñan del espacio escénico, y más aun de la psique del espectador. A medida que transcurre la cabalgata por esa alucinación dirigida, el psiquiatra va creciéndose en desvaríos, es prácticamente el factótum del conocimiento, el más grande investigador de la muerte y el dolor. Deviene en el protagonista de los recientes sesenta años de la historia venezolana y de muchos episodios de la historia de la investigación en el mundo.

Estoy segura que de hacer una encuesta en ese momento en la sala, la gente diría “de lo que se entera uno”. Fracias a el ocurrió el 23 de enero, suministró la directrices a la Junta Patriótica. Por instantes, los de mayor delirio, pareciera que va a saltar sobre el espectador-victima que es la representación del colectivo. Ese que se deslumbra con fuegos fatuos.

Cuarenta horas de conversación sostuvo la periodista Ibéyise Pacheco para llegar al libro. Cuarenta horas en las que imagina uno, tuvo que resistir los embates de un seductor empedernido, de una suerte de Don Juan de Chiruguara que devino en perturbado al decir por la cantidad de pacientes a las que durmió para abusar de ellas. Remató en psicópata al asesinar a una joven con perturbaciones psicológicas, según sus palabras: trastorno bipolar, baja autoestima y exceso de peso. A lo largo del centrimetraje que produjo el caso, se han dejado colar las dudas sobre sus procedimientos y su ética. Era un secreto a voces; el uso de la ‘transferencia empática’ que aplicaba a sus pacientes. Nunca fue sancionado. ¿Y el Colegio Médico? ¿Y la escuela de psicología de la Universidad Central de Venezuela? ¿La Asociación Venezolana de Psiquiatria? Y las otras instancias de poder en las que participó.

El delirio llega a su fin después de compartir la grandeza de su genio, de dejarnos mirar cual voyeur por la rendija de su consultorio-psique y de saberse en cautiverio. El doctor, el psiquiatra del poder se arrulla: “Yo estoy bien. Yo estoy muy bien” Y se tiende la sombra.

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