Cuando a mediados de octubre Eduardo Barberena presentó su segundo largometraje en el Festival de Cine Venezolano de Mérida, no podía sospechar el impacto que ejercería sobre el jurado y el público del más importante encuentro cinematográfico nacional. Cheila, una casa para maíta se alzó con los premios a la mejor película, la mejor dirección (compartido con César Bolívar por su Muerte en alto contraste), el mejor guión, la mejor actriz principal, la mejor actriz secundaria y, por si fuera poco, el premio del público. La gran triunfadora, sin duda alguna. Pero, además, marcó el retorno exitoso de este cineasta, tras 24 años de haber estrenado su ópera prima La Hora Texaco. ¿Por qué su nueva película genera tanto impacto? Porque aborda un tema tabú —la transexualidad— desde una perspectiva humana que expone el terrible drama de la intolerancia y la discriminación en una sociedad supuestamente democrática como la nuestra.

La película abre con una escena memorable, que marca el tono del relato y que define sin ambages el punto de vista del realizador. Un muchacho confiesa en público —en pleno acto académico— que no se gradúa de maestro sino de maestra, porque realmente es una mujer en un cuerpo equivocado, para el estupor de propios y extraños. Años después, ese muchacho venezolano, que se hace llamar Cheila y viste de mujer, regresa del Canadá a pasar las navidades con su familia en la linda casa en el Litoral central que años atrás, con mucho esfuerzo, le regaló a su ‘maíta’, es decir, a su mamá. Retorna con una gran noticia: por fin hará realidad su sueño de cambiar de sexo para ser “una mujer total”. Para ello, cuenta con todo el apoyo de su familia tanto en el plano afectivo como en el económico. Pretende hipotecar la casa de maíta para pagar su operación. Pero descubre que la residencia de su madre ya está hipotecada y que la familia que encuentra hoy es protagonista de un amasijo de situaciones absurdas y terribles. Ya no sólo su abuela y su mamá viven en ella sino también todos sus hermanos que —con sus esposas e hijos— han invadido todos los espacios dejándola en el total descuido y desidia. En el ‘compartir’ con sus seres queridos Cheila irá enfrentando la realidad de la quiebra en la que se encuentran, lo cual la distancia de su sueño más íntimo.

Este planteamiento dramático construye una amplia metáfora del mundo y el país que vivimos. El oportunismo y la mezquindad se abren paso entre las necesidades económicas y afectivas de un grupo de personas. Se trata de la supervivencia del día a día, sin rumbo ni objetivos de vida. Todo lo contrario a lo que Cheila pretende. Esa muchacha en cuerpo de muchacho tiene un norte, busca su superación personal, trata de compartir con los suyos sus sueños, mantiene una relación afectiva con una chica canadiense, recuerda sus primeros amores y lucha por alcanzar sus metas como ser humano. Confronta el criterio de su existencia con la mediocridad de su entorno.

Con un guion del dramaturgo venezolano Elio Palencia, a partir de su pieza teatral La quinta Dayana, en referencia a la casa que Cheila regala a su maíta, el film cobra vuelo a medida que avanza su construcción dramática, desde lo que podríamos considerar una comedia de corte social hasta un genuino drama con ciertos toques de humor ácido y a ratos negro. Esta evolución está signada tanto por el guion de Palencia como por la atinada y mesurada dirección de Barberena. Lo central de la historia se halla en la intimidad de su personaje central, protagonizado de forma conmovedora por Endry Cardeño, pero también en las dudas y omisiones de su mamá, muy bien interpretada por Violeta Alemán, y en la corte de manganzones que se aprovechan de la generosidad femenina. De hecho, casi todos los personajes masculinos constituyen la expresión del fracaso emocional y familiar. Son hombres oportunistas, machistas, irresponsables y perdedores. En cambio, sólo las mujeres —incluida Cheila— echan adelante frente a las situaciones adversas, hasta un final que conforma una propuesta de vida.

Cuando los miembros del jurado del Festival de Cine Venezolano de Mérida decidimos que el personaje mejor construido era el de Cheila, no dudamos en otorgarle el premio al colombiano Endry Cardeño como mejor actriz y no como mejor actor, pues se halla en la misma situación de su personaje, es decir, Cardeño es una mujer en el cuerpo de un hombre y está en vías de practicarse su operación de cambio de sexo. Creo que es la única oportunidad en que un jurado de festival alguno ha tomado esa decisión.

Una casa para maíta confirma a Barberena como un director de fuerza y sensibilidad. Esperamos que al retomar su carrera como largometrajista se convierta en un autor prolífico y exitoso.

CHEILA, UNA CASA PARA MAÍTA, Venezuela, 2009. Dirección: Eduardo Barberena. Guion: Elio Palencia sobre su obra teatral La quinta Dayana. Producción: Nelson Carranza. Fotografía: Mamuth Patel. Montaje: Yolimar Aquin. Música: Ramón Carranza. Dirección artística: Adriana Visentelli. Elenco: Endry Cardeño, Violeta Alemán, Aura Rivas, Félix Loreto, Rubén León, José Manuel Suárez, Luke Grande. Distribución: Amazonia Films y Gran Cine.

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