Jorge Eliécer Gaitán
Colombia se quedó con preguntas que ya no tendrán respuesta, con un caudillo asesinado, con un sentimiento de orfandad de las multitudes populares, con amplios sectores indignados hasta nuestros días por promesas frustradas y tareas pendientes de justicia social.

El 9 de abril de 1948, alrededor de la una de la tarde, Jorge Eliécer Gaitán cayó abatido por tres tiros que Juan Roa Sierra le disparó en la carrera 7ª con calle 14, en pleno centro de Bogotá. El asesinato del legendario caudillo liberal desató lo que aún se llama el bogotazo. Miles de sus seguidores se lanzaron a la calle a perseguir a sus contendores con una furia desmedida y dolorosa. El propio asesino fue linchado de inmediato. Bogotá ardió en medio de la ira y el terror. Fue un día que partió en dos la historia del siglo XX colombiano. Se cumplen 70 años del magnicidio. El periodista Juan Lozano publicó en diario El Tiempo el siguiente artículo que compartimos con ustedes.

El semanario conservador El Deber publicó poco antes del asesinato de Gaitán una incitación macabra: “Los gaitanistas de Santander son autores de 54 asesinatos conservadores en el curso de 60 días. Con esto se está cumpliendo la política de terror sembrada en el país. ¿Pero por qué no se cobran con la propia vida de Gaitán tantas vidas conservadoras que han sido eliminadas por su culpa?”.

Por su parte, Últimas Noticias, la estación oficial del gaitanismo, según relato retomado este domingo por Armando Neira, interrumpió su programación con esta proclama incendiaria de su locutor: “Los conservadores y el gobierno de Ospina acaban de asesinar al doctor Gaitán, quien cayó frente a su puerta abaleado por un policía. Pueblo, ¡a las armas! ¡A la carga! A la calle con palos, piedras, escopetas, cuanto haya a la mano. ¡Asalten las ferreterías y tomen la dinamita, la pólvora, las herramientas, los machetes!”.

Y así ocurrió, tal como lo confirma la crónica estremecedora recogida en las inéditas memorias de Agustín Arango Sanín, el famoso médico propietario de la Clínica Central, a donde llevaron a Gaitán: “Cuando subí por la calle 12 observé que los grupos se iban haciendo más numerosos y las caras de las gentes eran cada vez más siniestras. Por todas partes resonaban gritos estentóreos de ¡Abajo la policía asesina! ¡Abajo el Gobierno asesino!… cuando llegué, ya el doctor Pedro E. Cruz le había desabotonado el cuello, quitado la corbata, abierto la camisa y desapuntado el cinturón. Al examinarlo encontramos que había recibido tres balazos por la espalda… El examen clínico nos llevó a la conclusión de que al paciente le quedaban pocos minutos de vida…”.

Rafael Galán Medellín, apoderado de la parte civil, recoge en su libro El crimen de abril el testimonio de Fidel Castro, quien estaba en Bogotá. “Para conocer a Gaitán, y para hacerle formalmente la invitación (para inaugurar el congreso de estudiantes el mismo día en el que se inauguraba la Conferencia Panamericana), los estudiantes me invitaron a visitarlo a su despacho, a donde yo me trasladé. Nos recibió con gran amabilidad, nos habló con simpatía de lo que estábamos haciendo… Lo que se proponía aquel hombre me convenció de que representaba en aquel entonces una fuerza realmente progresista en Colombia y que su triunfo sobre la oligarquía estaba por descontado…”.

En obra reciente, Todo el nueve, Paula Cuéllar recapitula sobre los documentos reportados de la CIA sobre Gaitán y dice en uno de sus apartes: “Existía, sin embargo, preocupación por parte de algunos oficiales de inteligencia norteamericanos de que Gaitán hubiera comenzado a inclinarse hacia una alianza –cuando menos estratégica– con comunistas colombianos”, y se refiere al documento ‘Colaboración entre el Partido Comunista y el Partido Liberal’, del 31 de marzo de 1948.

El bogotazo
Bogotá ardió en medio de la ira y el terror.

Colombia se quedó sin saber si Juan Roa Sierra obró solo. Si alguien le pagó. Si hubo otro tirador. Si los conservadores, o sectores liberales, o la policía, o agentes extranjeros habían tenido alguna intervención.

Colombia se quedó con la destrucción de Bogotá, el cadáver de Roa Sierra semidesnudo arrojado por la turba furiosa a las puertas de la casa presidencial y el sangriento recrudecimiento de la violencia política.

Colombia se quedó con preguntas que ya no tendrán respuesta, con un caudillo asesinado, con un sentimiento de orfandad de las multitudes populares, con amplios sectores indignados hasta nuestros días por promesas frustradas y tareas pendientes de justicia social… y con una lección que no parece haberse comprendido: ninguna muerte de quienes desafían a aquellos que ejercen el poder disipa las tormentas de rebeldía. Por el contrario, las hace más fuertes, genera nuevas violencias y magnifica los saldos en rojo del Estado, así como la espiral de crímenes de toda procedencia. Y eso, sin duda, mantiene plena vigencia hoy.

About The Author

Deja una respuesta