400 sacos de arena 5

La obra de Michelangelo Buonarroti constituyó el punto inicial de La novia del gigante y El gigante de mármol, escritas y dirigidas por Luigi Sciamanna en torno a dos momentos históricos muy diferentes de su David, desde la perspectiva del dominio masculino en el poder religioso y político. Textos densos, incisivos y libertarios sobre la lucha contra las hegemonías. Ahora el dramaturgo, director y actor venezolano desplaza su mirada a Leonardo Da Vinci para construir una pieza que se distancia de forma notable de las anteriores, tanto en las formas como en los contenidos. A partir del mural La última cena —pintado por el genio florentino entre 1495 y 1497 en el refectorio del convento dominico Santa María de las Gracias, en Milán— Sciamanna confeccionó un drama transcurrido en las 24 horas anteriores al feroz bombardeo de las fuerzas aliadas sobre esa ciudad en agosto de 1943, cuando se decidía el destino de la Segunda Guerra Mundial y el régimen fascista de Benito Mussolini comenzaba su declive. En ese marco histórico un grupo de religiosas acarrea 400 sacos de arena para proteger el célebre mural sobre la cena de Jesucristo con los apóstoles. Bajo las directrices de la madre superiora, las hermanas cumplen su labor antes de abandonar el convento y enfrentarse a la realidad. Gracias a la acción de esas mujeres, la obra resistió el bombardeo.

Las particularidades de 400 sacos de arena residen en, primero, su visión interior, muy íntima, de un pequeño espacio monacal con vida propia y casi aislado de los desmanes bélicos en toda la península; segundo, la condición femenina de sus personajes, ajena a la obsesión del poder pero dotada de compromiso con la vida y el arte; tercero, el tránsito del texto teatral a la condición de oratorio religioso inspirado en la Biblia con el protagonismo fundamental de la música; y cuarto, la concepción del tempo desplegada por el dramaturgo y director en su puesta en escena. Quienes busquen un tercer capítulo de las obras previas de Sciamanna se encontrarán con una pieza autónoma donde religión, arte y femineidad conforman su trípode dramático. De hecho, muchos espectadores se desconciertan ante el montaje, pero otros tantos descubren una audacia cabalmente pensada.

La primera mitad de la pieza se encuentra signada por la cotidianidad del convento, con su rutina, sus cantos y sus rezos, sólo interrumpida por la llegada de un soldado que huye y se refugia allí, como suerte de ángel que traerá la cruda realidad de la guerra y también la posibilidad del amor, siempre bajo la belleza de un coro que suaviza la existencia de lo humano y exalta la presencia de Dios. La segunda mitad se torna más directa, más activa, cuando las religiosas asumen su compromiso con el arte y su crítica a la situación bélica. El bombardeo es inminente. También la muerte. Y luego la resurrección.

Esta condición de oratorio, si bien le otorga una belleza musical muy particular a la pieza también debilita su densidad dramática, especialmente en la primera parte. Sus textos referidos a la Biblia y la cotidianidad del convento, más ilustrativos y menos expresivos, representan una condición femenina y religiosa pero no poseen la fuerza requerida para una situación de guerra y de amenaza a la vida y el arte. Sciamanna se arriesgó con esta propuesta «más intuitiva» del mundo femenino, como ha declarado a la prensa, pero debió calibrar ese riesgo en su condición de drama teatral sobre el de oratorio religioso.

Esta limitación mejora parcialmente en la segunda parte con la introducción, por ejemplo, de un elemento sonoro en un noticiario radial fascista sobre el enfrentamiento entre los aliados y las fuerzas del Duce, mientras el soldado, único personaje masculino, construye la barrera de arena que protegió el mural de Leonardo con la ayuda de las religiosas. Otro ejemplo, el enfrentamiento verbal entre la abadesa y el soldado en torno a la guerra y la paz. Y también un falso final que abre otro capítulo muy sonoro.

Las actuaciones están marcadas por el texto bíblico pero muy definidas por la música. Bajo el liderazgo de Elba Escobar, siempre convincente, el elenco permite que cantantes de diferentes generaciones se luzcan como intérpretes de música y escena: Isabel Palacios, también directora musical, Mariaca Semprún, Elizabeth Quintanales, Sara Catarine, Zaira Castro, Andrea Imaginario, Mariana Marval, Níobys Delgado, Alicia Vivas, Constanza García y Sara Alvarado. Por su parte, Martín Peyrou asume su rol masculino como catalizador de ciertos aspectos de la trama. No canta pero sí expresa el conflicto.

A mi juicio, hay dos factores de producción fundamentales en la puesta. En primer lugar, la iluminación de William Rodríguez y el propio Sciamanna, cuidada al detalle y con un sentido preciso de la oportunidad, ajustada al clima emocional de la obra y sus personajes. En segundo término, la excelente banda sonora de Santiago Castillo, cuyos registros del mundo exterior, no visible en el escenario, se desplazan desde la candidez del jardín, pasando por el hallazgo amoroso y el bombardeo a Milán y culminando con el nacimiento de un nuevo tiempo.

El vestuario de Raquel Ríos —hábitos monacales y uniforme militar— y la escenografía de Ricardo Morales —el mural, la barrera de arena, las sillas del convento—  lucen como elementos eficaces en su cometido ilustrativo. La producción en general se revela como un trabajo muy profesional.

De último pero no menos importante, la dirección musical de Isabel Palacios cobra un protagonismo absolutamente ajustado a la naturaleza de la obra. Un excelente trabajo pleno de riquezas sonoras y religiosas, en perfecta armonía con la dramaturgia y la dirección de Sciamanna.

400 SACOS DE ARENA. Dramaturgia y dirección: Luigi Sciamanna. Dirección musical: Isabel Palacios. Producción: Marisela Seijas, Andrea Miartus, Luigi Sciamanna y Víctor Vivas. Equipo de Realización: Abraham Rosales, Fausto Amundaraín, Eleazar Viani, Víctor Vivas, Marisela Seijas. Iluminación: William Rodríguez y Luigi Sciamanna. Escenografía: Ricardo Morales. Realización escenográfica: Jesús Rojas. Vestuario: Raquel Ríos. Banda sonora: Santiago Castillo. Diseño Gráfico Simonette Antoni. Fotografía Adán Zárate. Elenco: Elba Escobar, Isabel Palacios, Mariaca Semprún, Elizabeth Quintanales, Sara Catarine, Zaira Castro, Andrea Imaginario, Mariana Marval, Níobys Delgado, Alicia Vivas, Constanza García, Sara Alvarado y Martín Peyrou. Teatro Chacao. Los viernes a las 8 de la noche y los sábados y domingos a las 5 de la tarde.

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